28 | Dylan

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Cuando aquel chico cogió la mano de Madison y entrelazó sus dedos con los suyos, aparté la mirada rápidamente

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Cuando aquel chico cogió la mano de Madison y entrelazó sus dedos con los suyos, aparté la mirada rápidamente. Apreté los puños con fuerza y me odié por haber hecho las cosas tan mal con ella. Si no hubiera sido tan estúpido, quien estaría cogiendo su mano y acompañándola en el baile sería yo.

James me dio un toque en el hombro para que le mirara y sacó una pequeña petaca de metal del bolsillo de su chaqueta.

—¿Adulteramos el ponche? —dijo con una mirada traviesa.

—¿Por qué no?

Lo acompañé a la mesa del ponche y me puse de espaldas a él para vigilar que nadie viera lo que estábamos a punto de hacer. No sería un gran baile sin un poquito de diversión.

Fuimos los primeros en probar el ponche adulterado. Me serví un poco en un vaso y me lo bebí de un trago. Me rellené el vaso varias veces y James no consiguió seguir mi ritmo.

—Tranquilo fiera. Hay que dejar para los demás, sino será muy sospechoso.

Asentí con la cabeza y regresé a la mesa, desde donde tenía una vista magnífica de Madison y su pareja. No conocía personalmente a Alex y tampoco supe que mi amigo Austin lo conocía hasta que un día en la cafetería nos habló de él.

Alex se mudó con sus padres de Vancouver a Seattle cuando tenía doce años. Estudió durante cinco años en el Bishop Blanchet High School, el mejor instituto privado de Seattle, pero pidió el traslado para cursar los dos últimos cursos de secundaria en nuestro instituto.

Ese instituto privado fue una de las primeras opciones de mi padre cuando comencé la secundaria, pero mi madre quería que fuera a un instituto público después de lo mal que lo pasé en el colegio privado donde estudié primaria. Mi padre no tuvo otra opción y terminó cediendo.

Alex se acercó a Madison y le susurró algo al oído. Estaban muy cerca, demasiado diría yo. De la rabia, aplasté el vaso que tenía en la mano y todo el contenido se derramó sobre el mantel de la mesa.

—¿Dylan, estás bien? —James posó su mano sobre mi hombro y aparté rápidamente la mirada, para que no me descubriera observándolos.

—Sí, voy un momento al baño.

Dejé atrás la mesa y fui al baño, que se encontraba fuera del gimnasio. Nada más entrar, me acerqué al lavabo y me eché agua en la cara para despejarme. Apoyé las manos en el borde y me observé a través del espejo.

Tenía un aspecto horrible.

Ella parecía tan feliz sin mí y eso me hizo darme cuenta de que yo solo era una piedra más en su camino.

Cuando salí del baño, la pista de baile estaba llena de parejas bailando y tuve que empujar a varias personas para poder llegar a la mesa. Mis amigos todavía seguían allí, pero en el momento que el DJ puso una canción lenta se levantaron para invitar a sus parejas a bailar.

Era el único que había venido sin pareja, así que, permanecí sentado. Todo el mundo estaba en la pista bailando y se lo estaban pasando bien, incluidos Alex y Madison.

Desde mi sitio podía verlos perfectamente. Él fue el primero en dar el paso y rompió el espacio que los separaba, acercándose y poniendo sus manos en la cintura de ella. Madison dudó un poco, pero finalmente rodeó el cuello de Alex con sus brazos.

—¿Quieres bailar?

Aparté la mirada de la pista para observar a la chica que se encontraba en la mesa de al lado. La conocía: era Peyton Collins, íbamos juntos a clase de Economía.

Ella también estaba sola y parecía bastante aburrida. Llevaba un vestido negro básico, unas zapatillas negras y el pelo recogido en una coleta. Era un look un tanto peculiar y distinto a como ella solía vestirse, sin embargo, estaba muy guapa esa noche.

—Me encantaría bailar contigo, Peyton, pero mis amigos me han obligado a venir y no estoy de buen humor hoy.

—Te entiendo. Yo tampoco quería venir a este baile, pero no me voy a quedar aquí viendo como los demás se divierten y yo no. —Fue lo último que dijo antes de unirse a los demás en la pista de baile.

Dos canciones después, el DJ cortó la música y le entregó el micrófono a Erika, que se colocó en el centro del escenario para dar los resultados de la votación.

—En nombre del comité del baile quiero daros las gracias a todos por haber acudido esta noche y por vuestra participación en la votación para elegir al rey y la reina. —Erika nos mostró el sobre que llevaba en la mano y lo movió en el aire—. Ahora voy a dar los resultados. Mucha suerte a todos.

Erika rompió el sobre, leyó en silencio el contenido y abrió los ojos sorprendida al descubrir a quien habían elegido como rey y reina del baile.

—Habéis decidido que la reina del baile sea... —Realizó una pausa para dar más emoción antes de continuar—. ¡Madison!

Harper tuvo que empujar a Madison para que se levantara de la silla y se dirigiera al escenario, donde se encontraba su amiga. Erika le dio un abrazo fuerte y le colocó la tiara sobre la cabeza.

—Esto no termina aquí. Ahora voy a desvelaros a quien habéis elegido como vuestro rey del baile. —Erika le dio un golpe suave en el brazo a Madison para que estuviera atenta—. El rey del baile es... ¡Dylan!

Mis amigos se giraron bruscamente hacia mí y me dieron la enhorabuena. Estaba en shock e inmóvil en mi sitio, todavía no había asimilado que Erika había pronunciado mi nombre.

Todo parecía un sueño, un mal sueño.

Me levanté torpemente de mi sitio y subí al escenario. Erika ni siquiera me dio un abrazo, me entregó la corona para que me la pusiera yo y comenzó a aplaudir.

—Ahora, el rey y la reina, nos deleitaran con un baile en el centro de la pista.

Desde el escenario, busqué una puerta que me permitiera huir de allí. Tenía dos opciones, esconderme en el vestuario o salir corriendo, llamando la atención de todo el mundo, e irme por la misma puerta por la que habíamos entrado.

Erika no me dio tiempo a pensar, nos obligó a bajar del escenario y nos quedamos solos, el uno enfrente del otro, en la pista de baile.

Hasta que no comenzó la canción no comprendí que no era un sueño, que Madison realmente estaba frente a mí, mirándome con esos ojos color avellana que me hacía estremecer.

Todo el mundo nos estaba observando y ella se dio cuenta de ello. Levanté lentamente mi mano para coger su cintura, pero se apartó rápidamente de mí para que no pudiera tocarla.

—Lo siento, no puedo —dijo antes de salir corriendo y abandonar el gimnasio.

No temas al amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora