Capítulo 14

432 36 22
                                    


Su mirada, que me roba el aliento. Sus manos, que aprietan mi cadera de una forma animal. Me gusta, me gusta tanto que ahora mismo haría cualquier cosa que me pidiera.

—Te había echado de menos. —Musita en un suspiro.

Pero yo todavía estoy en el paraíso del orgasmo. Desorientada por la fuerza con la que lo hemos hecho, me dejo caer contra su pecho y él me envuelve con sus brazos. Una parte de mí se vuelve pequeña, diminuta e indefensa, porque sabe que aquí no hay que preocuparse por el dolor. Y eso es lo que me gusta de Alexander, que arregla mi maltrecho corazón con solo tocarme.

Alterada me separo de él. Esta sensación agridulce no se me quita del pecho. No sé si es por vergüenza, o porque no tengo la fuerza suficiente de mirarle a los ojos, pero con un suave movimiento me alejo. Huyo, como una vez lo hizo él.

Me muevo nerviosa por la habitación buscando mis bragas. ¡Bingo! Las cojo y no dudo en ponérmelas. Con solo el encaje cubriéndome el cuerpo, miro a Alexander que se ha dado la vuelta buscando su camisa. Mi voz se niega a salir, y yo no la presiono.

— ¿Estas bien? —Pregunta preocupado

Asiento afirmativo y me apoyo en la mesa. Estoy confusa, perdida en su mirada. Desearía abrazarle y que estas dudas irracionales salieran de mi cabeza, pero hace tiempo que dejo de importar lo que quería en mi destino. Él, con el corazón en el pecho se acerca a mí, sabe que todavía me duelen sus palabras, lo sabe y se siente culpable.

Yo con las heridas del rencor aún abiertas me dejo abrazar con los ojos cerrados.

—Juro que te contare todo, pero por ahora solo te puedo dar esto.

—Ni más, ni menos. —Me burlo resentida.

— ¿Te puedo confiar un secreto? —Inquiere con voz infantil.

Me puedes confiar la vida don engreído.

—Si. —respondo cohibida.

—Desde que discutimos en la gala, yo no he podido hacer nada que no fuera pensar en ti. Sabía que vendrías, y que posarías conmigo, y eso me daría paz por un par de días. Sé que no te puedo hacer ver que te adoro como la musa de mis pensamientos, pero si mi cuerpo lo hace me conformare con eso.

Trago con dificulta y me aprieto más a su pecho. Si antes no podía hablar, ahora menos.

Después de varios minutos consigo murmura:

—Nada de compromiso.

Me deshago de su abrazo y me en camino al baño que tiene contiguo al despacho. Una vez entro cierro la puerta, me remojo la nuca, bebo un poco de agua y me aseo. Necesito frescor para digerir todo lo que tenga que ver con el hombre de hierro. Tardo más de la cuenta y Alexander da dos golpes en la puerta.

—Lo siento si te he asustado. —Su voz arrepentida me llega al corazón, tanto que lo único que puedo hacer es apoyar la frente en la puerta. —No estoy acostumbrado a esto, siempre he hecho lo que he querido, con quien he querido, sin importarme los sentimientos de nadie.

¿Mis sentimientos? Que le importaran mis sentimientos...

Una lagrima estúpida amenaza con caer. Si él supiera todo lo que he tenido que aguantar a lo largo de mi vida, entendería que estoy tan rota que un par de palabras sin sentido me hacen caer como un soldado. Pero decido tragarme las lágrimas y llorar en casa, por él y por todo.

— ¿Elizabeth? —Inquiere nervioso. Suelto el aire y me separo de la puerta. —No sé lo que somos, no necesito saberlo para saber que te quiero en mi vida.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora