Capítulo 6

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No he dormido en toda la noche, por una parte no quería ceder al sueño por si me movía y le hacía daño a Benedict. La otra realidad era que no quería que pasara rápido el tiempo, pretendía alagar lo suficiente nuestro encuentro para poder recordarlo cuando quisiera. La luz entra en la habitación más efímera que nunca, y yo estoy hipnotizada con los rayos de sol que entran por la ventana a través de las cortinas, con las manos entrelazadas entre las de Benedict, asegurándome de que está bien, que nada le atormenta. Nos merecemos esto, un último adiós digno, esto nos ayudara a recordarnos con una sonrisa, estoy segura.

A pesar de no haber dormido nada no tengo sueño, mis ojos se mantienen entre abiertos pero activos. Levanto la cabeza de su pecho de vez en cuando, para asegurarme de que está cómodo, siempre sentí una necesidad de cuidarle, en todos los ámbitos. En cambio, no hacía falta que él me cuidara, simplemente porque siempre que le necesitaba, cuidaba yo de él, me salvó el aferrarme a una persona tanto que logré olvidar mi vida. ¿Éramos tóxicos? No me gusta admitirlo, ni tampoco lo pienso, pero a veces cuando alguien te dice mucho una cosa acabas por creértela.

— ¿Estás despierta? ¿Beth? —dice hundiendo la cara en mi pelo.

—Sí...—Levanto la cabeza y me topo con sus ojos, que parecen tener más vida que ayer.

—Fuimos estúpidos al no aprovechar esas mañanas cuando no trabajábamos.

—Ahora que lo pienso tienes razón, supongo que era nuestra forma de ser.—Digo encogiéndome de hombros buscando un recuerdo bonito de nosotros dos en la cama.

—Déjame arrepentirme Elizabeth, suele ayudar. — Me reincorporo y me siento en el borde de la cama. Veo a Benedict mirándome fijamente, sonríe como un tonto y yo le sigo.

— ¿Qué? —Digo riendo.

—Pareces un león. —Suelta una carcajada y para al instante quejándose del dolor de estómago.—Yo que creía que habías pasado la noche conmigo, no en un zoo. 

— ¡Cállate! —Digo poniendo pucheros como una niña pequeña. —Deberías descansar.

—Debería, pero ya sabes lo poco que me gusta guardar reposo.

—Pues esta vez lo vas hacer sin rechistar.

—Sí, sargento. —La cara se le ilumina con una amplia sonrisa y se lleva la mano a la cabeza como si fuera un militar. Frunzo el ceño mostrándole que estoy totalmente en serio. —Vale lo haré.

—Eso es —Digo levantándome de la cama. —Deberías comer algo, bueno, en realidad no lo sé.

—No tengo hambre. —Me mira desde la distancia y baja hasta mi rodilla. — ¿Qué te ha pasado?

—Ayer me caí en el garaje, pero estoy bien, ya sabes lo patosa que soy con las prisas. —Me dedica una sonrisa burlona y ruedo los ojos sonriendo. —Voy a hablar con algún médico, tendrían que haber venido ya a revisarte.

—Como quieras. —Se recuesta en la cama y apoya la cabeza en la almohada. Me quedo apoyada en el marco de la puerta y le miro con interés. ¿Si hubiéramos tenido otro principio? ¿Todo sería diferente? ¿Nuestro final habría cambiado? Esas preguntas ahora no me importan.

Salgo de la habitación y me dirijo a recepción. Este no es el hospital donde suelo ir, y Benedict tampoco, supongo que le tendrían que traer de urgencias y este era el que más cerca estaba. Todo es blanco y azul, los azulejos se reflejan por todos lados y le dan un toque acogedor, dentro de lo que cabe al ser un hospital.

Ahora si me noto cansada, las piernas me pesan y la garganta la tengo irritada. No me quiero ni mirar en un espejo, quizás lo rompa como me decía mi madre de pequeña cuando me ponía una falda rosa y una camiseta roja. Sonrío al recordar a mi madre de joven, tan atenta y siempre dándolo todo por nosotros, la admiro aunque no se lo diga. Siempre ha sabido como tirar hacia delante, sin mostrar sus emociones, consiguió hacerse una coraza que hoy en día no se ha podido quitar.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora