Capítulo 26

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Su determinación termina de quebrar la poca muralla que había levantado mi corazón, y en este punto, sinceramente me da igual. Que hiciera conmigo lo que quisiera, me quiero tan poco que es inhumano.

Busco las palabras, porque las emociones me sobran. Tengo ganas de gritar, de explotar de una vez por todas, y volver a casa, a mi hogar.

—Está bien. Dejémoslo. —Murmuró cuando el ascensor se abre.

Salgo y noto como los pies me tiemblan en los tacones, como me tiembla frenéticamente el pecho. Respiro haciendo un sobreesfuerzo, me coloco en frente de la puerta ya que no tengo la llave, y espero que Alexander venga. Pasa la tarjetita y entra.

—Sabes.... Me voy, y no me esperes para dormir.

—Elizabeth no lo hagas. —Habla por fin.

—Estoy cansada, cansada de ti, de esto, de nosotros. Déjame irme o acabaré diciendo algo de lo que me pueda arrepentir.

Asiente levemente.

Vuelvo a entrar en el cubículo, ahora sola y con un silencio denso. Bajo tantos pisos que pierdo la cuenta. Salgo y voy al bar del hotel, la gente toma copas con colores exóticos, y prefiero ignorar como la mayoría me miran con aires de grandeza.

—Whisky por favor.

—No vendemos copas sueltas, señorita.

—Pues traiga una botella entera. —Digo levantando la mano.

Tomo asiento en una silla alta, apoyo el tacón en la barra que tiene la silla y espero. No tardan en traerte la bebida que sirvo con una rapidez vergonzante. Le doy vueltas al líquido ámbar como si así se fueran a esfumar mis problemas.

Quiero que todo mejore, de verdad que lo deseo. Me molesta que él no haga nada, porque parece que de verdad quiere perderme, me siento sola en esto. Y no debería ser así, tendríamos que estar dispuesto a darlo todo si tanto nos queremos, a lo mejor no hay amor, puede que solo sea un capricho y él un salvavidas para mi.

Bebo una copa, y tres más. Cuando soy consciente de mi realidad suelto algún sollozo, sabiendo que ahora estoy mal, pero que todo se tiene que poner peor. El camarero me mira de soslayo y giro la silla para no mantener contacto visual con él. Me llega un mensaje:


Alexander: ¿Dónde estás, nena?

Yo: Luego hablamos.

Alexander: Estoy preocupado, dime dónde estás.

Yo: Estoy bien, en unas horas voy a la habitación, no me esperes despierto.


Apago el móvil porque veo como en la esquina superior sale el escribiendo de Alexander.

—Chico. —Llamo la atención. —¿Puede traerme algo de comer?

—Me temo que la cocina está cerrada señorita.

—¿No tienen nada? —Digo en un ruego.

—Voy a mirar.

Suelto el aire, y noto como el corazón martillea mi pecho, hasta hablar con un camarero me hace perder el control. Me sirvo tres copas más mientras veo pasar el reloj. La botella va bajando y la gente se va marchando. Empiezo a apreciar la música, suave y monótona. Miro con asco el alcohol, pero no dudo en beber más.

—Elizabeth... —Canturrea una mujer. —Tan sola como siempre.

No miro, no le presto atención. Quien sea solo quiere hacer daño.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora