Capítulo 25

172 16 20
                                    

Siento como los nervios se alojan en mi garganta, haciéndose nudos entre ellos para que me cueste respirar. Pero estoy feliz, aunque mi pecho esté sufriendo constantes achaques, y mi corazón esté lidiando con la ansiedad, estoy feliz con él.

Me adelanto unos pasos cuando vamos a subir al avión, porque un par de lágrimas luchan por salir y no puedo reprimirlas más. Se me aguan los ojos, sonrió con melancolía y el viento me vuela el pelo. Me paro y cierro los ojos, el río deja una marca negra por mis mejillas que limpio aun sonriendo. Oigo los pasos sosegados de Alexander, él no entendería que estuviera llorando, nadie lo haría a no ser que se metieran en mi cabeza y vivieran la presión que siento todos los días, y lo feliz que me encuentro en estos instantes.

Le espero para subir las escaleras que darán al avión. Pone su mano en mi cintura antes de coger mi bolso y hablar con la azafata.

—Vamos, nena. —Murmura con una media sonrisa.

Cojo su mano y tomamos asiento. Está todo muy vacío, supongo que es por la primera clase. Cuando despegamos me acerco a la ventana, y miro embobada como dejamos la tierra atrás.

—Te camuflas con las estrellas. —Añade Alexander. —Sobre todo cuando sonríes.

Me giro para poder mirarle, no digo nada, solo cojo sus mejillas con mis manos y le beso. Avisan de que ya nos podemos quitar los cinturones, y acorto el espacio tan tortuoso que nos separa. Me agarra por la cintura y me sienta encima de su cuerpo. Besa mi cuello con lentitud, me acaloro, el corazón pega golpes fuertes que me indican que estoy viva, que respiro. Busco su boca con ansias, pero cuando la encuentro pego mi frente a la suya y le observo, dándome cuenta de que verle es mejor que tocarle a ciegas.

—Te quiero. —Murmuro.

—Lo sé, reina. —Toma aire y retira el pelo de mi cara. — Porque yo lo hago igual.

Le beso la nariz con una sonrisa ancha, me recoloco en mi sitio y él coge mi mano. Empieza acariciar el antebrazo, y a pesar de no tener mucha uña me hace cosquilla. Apoyo mi cabeza en su hombro, respiro su fuerte olor y me anoto que algún día voy a usar este aroma.

—Necesitaba esto, la tranquilidad que me aporta tu presencia, necesitaba tenerte, besarte y hacerte mía... —Susurra como si fuera un secreto.

—Lo último. —Digo adormilada. —Eso no es verdad.

—Por ahora, lady Taylor. —Advierte pellizcando con delicadeza mi brazo. —Juguemos.

—Ajam...—Le animo a continuar. —Sorpréndeme.

—Tienes que decir una cosa o un momento que te haya hecho sentir mal y otro bien, pero tienen que ser simples, nada fuerte para nuestras pobres almas, Elizabeth. —Asiento riendo. —Vale, empiezo yo. Una vez de pequeño estaba en el colegio y accidentalmente me caí por las escaleras, me rompí un brazo en el acto, esa mañana había discutido con mis amigos, nadie me ayudo a levantarme hasta varios minutos después vino una profesora.

—Tuvo que ser traumático. —Añado anonadada.

—Lo fue, nena, pero me enseñó a no esperar nada de nadie. —Besa mi coronilla y analizo sus palabras. —Ahora la cosa buena, una noche de madrugada me llamaron de la empresa de mi padre, habían tenido un problema con un tráfico de mercancía y él estaba indispuesto en casa.

— ¿Se supone que es bueno?

—Si... impaciente, —Continua su relato. — entonces tuve que viajar y solucionarlo durante la noche, cuando regrese estaba acabado, no dormir me pone de mal humor. Ya fuera del avión, caminaba hacia la salida cuando vi a la reina de mi noche oscura. —Dice entre risas cargadas de deseo. —Diría que la salve, pero en realidad me salvo ella a mí.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora