Capítulo 8

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Hace muchísimo calor, estoy sudando por todas partes y la cabeza me pesa más de lo normal. Extiendo el brazo que tengo libre y toco a Alexander, por un momento me había olvidado de que estaba aquí, desprende paz y tranquilidad, podría pasarme los días mirando su rostro perfecto, pero siento que algo está mal dentro de todo esto.

La manera en que ha entrado en mi vida ha sido caótica, lo agradezco, hace tiempo que deje la época romanticona y de las citas. Solo un par de semanas, le conozco hace un par de semanas, es muy poco, pero me da igual. Su sonrisa empieza a ser mi sonrisa favorita, y no porque sea especial ni arrebatadora, porque me hace sacar una sonrisa a mí, y hacía tiempo que no tenía un buen motivo para hacerlo.

Lo de anoche ha sido increíble, por fin me sentí viva otra vez, esa sensación de ser fuego dentro de tanto deseo, es lo que más me gusta. Y no soy ingenua, no había amor en lo que estábamos haciendo, pero sí había ese vínculo, el que hace que no salga corriendo cada vez que lo vea. También está su confesión, no es bueno para mí, ¿por qué no lo es? Siempre habla como si fuéramos a tener un futuro juntos, pero no dejan de ser comentarios que se sueltan en momentos calientes. Me estoy dando cuenta de que conozco poco a este hombre, le daré la oportunidad de abrirse a mí, antes de que me encapriche.

Miro el reloj, son las cinco de la mañana. Intento separarme del cuerpo de Alexander pero él refunfuña, que mono, por Dios. Salgo con éxito de la cama y me dirijo a la planta de abajo, como voy descalza no hago ruido, ni que fuera a robar en mi propia casa. Sonrío estúpida al ver el desastre de la cocina, está todo tirado por los suelos y ni siquiera me había dado cuenta de que se había vertido el vino por la encimera.

—Madre mía...—Digo admirando el desastre que hemos hecho. —Tengo que limpiarlo. —Saco la bayeta de debajo del fregadero y limpio el vino esparcido. —Qué pena estaba buenísimo...—Frunzo el ceño y pongo las copas en el fregadero. —Perfecto. Y ahora hablo conmigo misma.

Me llevo las manos a la cabeza y suspiro cansada. El insomnio ya es parte de mí, he aprendido que es mejor no reprimirlo. Paseo por la cocina buscando algo que pueda limpiar para distraerme. Poso las manos en la encimera y recuerdo como me derretía de placer en los brazos de Alexander. ¿Ha sido muy pronto? ¿Precipitado? Creo que sí, pero lo hecho, hecho está. No se me escapó la necesidad de evadirse de Alexander, ¿qué tiene que olvidar? O mejor dicho, ¿a quién tiene que olvidar? En realidad él sabe más de mí que yo de él, me preocupa, lo admito, pero me recuerdo que tengo que quedar con Kate y hablar del asunto.

Me acerco a la nevera y saco un bote de mermelada de fresa, cojo una cuchara y la meto en el bote. Disfruto con lentitud del maravilloso sabor, sería feliz si me pudiera alimentar solo de esto.

—Hummm...—Murmullo con la mirada clavada en la masa rosa.

—¿Qué haces aquí? —Dice una voz a mis espaldas.

Me doy la vuelta y me topo con Alexander bajando las escaleras, despeinado, adormilado, desnudo. Le miro de arriba abajo y evito no atragantarme con la cuchara en la boca. Él también me recorre con la mirada hasta que juntamos nuestros ojos. Y entonces me doy cuenta de que yo también estoy desnuda y me ruborizo. Su mirada seductora me hace revolverme nerviosa en el sitio, él lo nota y sonríe malicioso. Llega a mi lado con un paso de película, coge de mi mano la cuchara y la introduce en el bote, se la lleva a la boca y suspira de satisfacción. Me coge de la nuca y me atrae a sus labios, sin pensarlo sigo la ruta que me indica y disfruto del beso más dulce que me han dado en la vida.

—Me encanta como sabes. —Murmuro cuando acabamos de separarnos. Acaricia mi mejilla y deja un regadero de besos por el camino, suelto una risita cuando llega al cuello y me hace cosquillas.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora