Capítulo 10

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Hace tres días fui a la gran gala benéfica de los Johnson. A pesar de que tenía las ideas bastante claras respecto a Alexander, me dejo destrozada la trágica escena que protagonizamos. Llevo tres malditos días sin sentir nada, con la mirada ausente, sin ganas de comer. He llegado a la conclusión de que no es solo por don perfecto, que es algo más, que es todo. Me supera la forma en la que la vida no me deja levantarme, como mi cabeza se ha negado a actuar y se paraliza cada vez que alguien intenta ayudar.

Hay una cosa que diariamente me saca una sonrisa, y es recordar como Alexander me hacía suya en los rincones de esta casa, esos rincones que empiezan a atraerme cada vez que me siento sola. Y cualquiera diría que estoy loca o que estoy perdiendo el juicio, y joder le daría toda la razón porque ese hombre se ha metido en mi cabeza con intención de quedarse.

Me he arrepentido innumerables veces, y de una forma he sabido sacar las fuerzas suficientes como para recordarme que todo lo que hice estaba bien, pero maldita sea esta sensación no se me quita del pecho. Luego me paro a pensar en todas las palabras que dijo, que no podíamos estar juntos, y como sus manos me decían lo contrario mostrándome cada pizca de placer. Siempre acabo con la cabeza llena de preguntas que sé que no van a tener respuestas, me desespero y cuento hasta tres varias veces, ¿Funciona? No, pero me gusta pensar que sí. Me parece tan surrealista como ese hombre fuerte e implacable estaba con la cabeza gacha pidiéndome una noche más, una noche para que pudiera recordar lo que era tenerle, ¿pero luego qué? Enserio cree que hubiéramos acabado satisfechos, está claro que no, entonces vendría el problema porque él no podría tenerme, y mucho peor, yo no podría tenerle a él.

Después de estos días he cedido ante mi cabeza y me dejo pensar en él y fantasear en lo que podríamos haber sido, porque sin duda la forma en la que encajábamos era sobrehumana, tan solo una dosis de Alexander ya me tenía jadeando. El deseo que siento por él todavía sigue en mi interior y no sé cómo reprimirlo.

Estoy extendida sobre la cama de matrimonio que tengo en mi habitación, con la postura habitual, abrazada a la almohada y de costado. Tengo la mirada perdida en el ventanal, creo que ni siquiera he pegado ojo en toda la noche, pero no tengo sueño, aunque si me encuentro cansada, emocionalmente.

Por cómo está el sol deduzco que tienen que ser las seis y pico de la mañana, me gustaría estar encima de su pecho descansando tranquilamente sin que nada me preocupara.

—Dios dame fuerza. —Murmuro contra la almohada ahogando un grito de frustración.

Tengo dos opciones, la primera es que olvide a don perfecto saliendo hoy con Kate a darlo todo a alguna discoteca, o la otra opción y la menos probable es que vaya a su apartamento y le diga que tenemos que estar juntos, que es el dichoso destino el que lo ha dicho. Pensándolo mejor eso no es una gran idea, mejor salgo, me emborracho, vuelvo a casa, y pienso en él.

Tengo que activarme, distraerme mejor dicho. Me levanto con un salto de la cama y tiro las sabanas hasta que caen hechas un ovillo al suelo, las miro con recelo pero decido que mejor la hago luego, total la voy a deshacer otra vez por la noche. Me dirijo al vestidor y me voy al final del pasillo, aquí está toda mi ropa de deporte, ¿Para qué compro tanta ropa si luego no me la pongo? Me rasco la cabeza con confusión pero no me recreo mucho en buscar la respuesta de mi pregunta. Voy a salir a correr todos los días hasta que repita conjunto, creo que tengo mínimo para un mes, eso me motivara.

—Este.

Sonrió satisfecha con la ropa que he elegido y me quito la camiseta overside quedándome en bragas. Cojo los pantalones cortos color coral y los subo de un tirón, siguiéndole el top a juego. Al salir del vestidor cojo las zapatillas de correr y me acerco al pie de la cama.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora