Capítulo 23

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Se me pasa la idea de besarle y callarle, pero la dignidad que me queda me da una bofetada que me quita toda posibilidad de mostrarle afecto.

A pesar de que le he dicho que me voy, estoy aquí parada, esperando a que me diga que ni por todo el dinero del mundo me dejaría escapar. Aun así, mi subconsciente se da una palmadita al ver que no hace nada por retenerme.

Me ha dicho que le amo, que a sabiendas de mi salud, le sigo deseando. No me molesta, solo me halaga porque sus palabras son un reflejo de su alma, y me quiere. Lo sé, de una forma estúpida lo sé.

Miro hacia una esquina, y ahí está la puerta que da al pasillo para ir a su despacho. Vacilo chocando miradas con él antes de largarme a la barra.

Tengo ganas de llorar, anhelo un poco de normalidad en mi vida, y si lo digo, lo admito con la cabeza gacha, porque soy yo la que me busco los problemas. Viniendo a buscarle, mintiéndole al decir que lo quiero fuera de mi vida.

Soy una hipócrita, ¿Pero sabes qué? Que él también.

No me ha llamado porque tiene el orgullo herido, porque su jodida familia le ha puesto una soga en el cuello para contraer matrimonio. Porque a mí no me engaña, y detrás de esa fachada helada, no me quiere hacer daño.

Lo peor es que soy consciente, me da rabia y tiemblo de impotencia.

Siento rabia, que se podría confundir con el dolor de una depresión medio curada, o con el corazón roto que creo tener.

Pero no tengo nada roto, solo incompleto. Me faltan piezas que jamás conseguiré, ¿Y hay algo peor que no encontrar la última pieza del puzle? Sí, no encontrar ninguna de las piezas, porque no existe superficie estable para poder hacerlo.

Sí, soy ese juguete color rosa con tacto áspero. Esos que cuando los achuchas notas que les falta relleno, que están un poco vacíos, y entonces no te queda otra que ponerlos en una estantería, de una forma estratégica para que no se note su tara. Los miras con recelo, porque te encantaría poder tenerlos al completo, y aun así los tienes alejados.

¿Y porque no compras un poco de relleno y ya?

No es así de fácil, ya que si lo transformaras no sería la versión original. Se perdería la esencia que tanto te gusta, y lo guardarías en el baúl de todos los juguetes.

Incompleta, esa es la definición que suprime mi alma.

Y él me completa, llámame tonta, pero siento que lo hace solo con mirarme.

Le pido a William una botella de agua. Seguir bebiendo significaría volver al pasado, donde necesitaba ahogarlo todo. Porque si bebiera para pasármelo bien no me importaría, pero hacerlo por algo, por una persona, es demasiado.

La raja del vestido me permite doblar las piernas y me acomodo, miro como el chico rueda de un lado para otro, atendiendo a superiores que le dedican miradas de asco, tragando todo eso por tener un sueldo a final de mes que llevar a casa. ¿Y tengo la fuerza de quejarme? Sí, siempre me he quejado por todo, al menos es gratis, porque si no tendría que hipotecar mi casa.

— ¿Le han roto el corazón señorita? —Me pregunta limpiando la barra. —No debería estar así, merece sonreír hasta en los días lluviosos.

— ¿Te pagan por ser galán, William? —Pregunto después de darle un trago largo a la botella de agua.

—En cierta parte si, debo alagar a las mujeres y bajar la cabeza con los hombres. Pero tú eres diferente.

Hago una mueca ante su comentario, que me deja pensando en lo buen muchacho que es.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora