7 Parte

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Estoy firmando unos documentos, son importantes para la empresa, queremos hacer una expansión a otros estados y países, para que nuestra compañía este en las grandes ciudades. Siempre me dicen que alguien se encarga de leer estos documentos por mí y que lo único que tengo que hacer es firmarlos, pero es que no puedo aprobar algo que ni siquiera sé lo que es. Este que tengo delante es el séptimo y el último, he parado un par de veces de leerlo, porque me distraía con cualquier cosa y no me enteraba. Doy vueltas por mi despacho con el papel en las manos, es buena la propuesta que nos ofrecen, una parte de la empresa se trasladaría a Londres, y allí se contratarían a nuevos empleados. Todo es un proyecto más profundo pero estos son los principios, y personalmente me gustan, les veo futuro.

Cojo el bolígrafo que tengo en la mesa y firmo el documento, lo meto en un sobre y lo pongo con los demás. Me aseguro de meterlos en el cajón que hay debajo del escritorio, echo la llave y suspiro cansada.

—Por fin...—Digo para mí misma mientras cojo el bolso.

Cierro la puerta de mi oficina y saco el teléfono. No me lo puedo creer, son las nueve y media y ni siquiera le he mandado un mensaje Alexander, creerá que le he dejado colgado, me espero lo peor. No hay nadie en la empresa y eso hace que me entren esos estúpidos miedos, las mesas del ala derecha están vacías y las luces apagas, nunca me gusto ver esto oscuro y sin gente. Salgo lo más rápido que puedo y me despido del portero con una sonrisa cansada.

Al salir a la calle el aire frio de Nueva York me da un choque de realidad, estoy viva, la piel se me eriza y el pelo vuela por el viento. Me siento pequeña en el mundo, insignificante, y así debería ser, porque no dejamos de ser motas de polvo en un desierto inmenso, ni más ni menos. Me he quedado parada en medio de la calle, disfrutando esta sensación que me hace flotar como si no existiera, convirtiéndome en ese viento que revoluciona mis sentidos, acariciando mi pelo y obligándome a cerrar los ojos. Echaba de menos esto, el salir del trabajo y observar en silencio como todo sigue su curso, incluso como yo avanzo hacia mi casa, siendo una espectadora más de mi vida.

— ¿Elizabeth? —Dice esa voz ronca de la que me estoy empezando a encariñar. Siento el calor de su cuerpo detrás del mío, de una forma o de otra sosteniéndome, no dejándome caer en mi propia oscuridad. Posa las manos en mis caderas y las entrelaza en mi vientre, posando la barbilla en mi hombro y acariciándome el cuello con la nariz. Estoy sonriendo, él me hace sonreír. — ¿Cómo estás?

—Mejor ahora. —Digo captando cada caricia que me regala.

—Me alegra oír eso—Me da un beso en la nuca y me doy la vuelta entre sus brazos para poder mirar esos ojos azules que tanto me gustan. Nos mantenemos la mirada, siento esas chispas, las que anticipan los fuegos artificiales, y me muero por tenerlo en mis labios. — ¿Sigues queriendo ir a cenar? —dice apoyando la frente contra la mía.

—Podríamos ir a cenar a mi casa.

—Eso suena bien. —dice apartando los mechones rebeldes de mi cara, puedo notar que está inquieto ¿Qué le pasa? —Pero estas cansada, lo puedo ver en tu cara.

—No tanto como para no poder disfrutar de tu compañía.

— ¿Eso qué significa?

Sonríe burlón esperando a que le responda, yo en cambio aprovecho para mirarle, observarle, guardarme cada centímetro de su cara para mí, no creo que sea el tipo de persona que se muestra cuando está conmigo, pero me da igual, mientras no me prive nunca de su iluminadora sonrisa.

—Eso significa, que llevo un día de mierda y quiero terminarlo contigo.

—Seguro que podemos hacer algo para mejorarlo.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora