Capítulo 12

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Los pies me gritan a través de los tacones, y parecen cristales, hago una mueca de desagrado. Estoy esperando a Maddison con un ánimo que deja mucho que desear, ¿Qué pretenden? Que me ponga a pegar saltitos de alegría, porque soy una privilegiada al modelar para Dior, no y no. Podría poner pucheros y me parecería adecuado, y es que intento verlo como un trabajo más, pero la tensión aturde mi cabeza y me lo tomo como algo personal, porque es algo personal, lo hicieron personal al elegirme a mí como modelo.

La sonrisa de Maddison me irrita, la injusticia me carcome, y le hago un gesto con la cabeza para que me siga. ¡No pienso bajar por las escaleras! Pulso el botón del ascensor y espero impaciente.

— ¿A dónde vamos Señorita Elizabeth? Me ha comentado Nathasa que hoy será un día interesante.

¿Interesante? Va a ser de todo menos interesante. Guardo silencio mientras entramos en el cubículo acristalado, e intento prolongar todo lo posible nuestra burbuja, hasta que mi acompañante ha decido que el silencio es demasiado incómodo.

— ¿Harás de modelo?

—Si —Espeto cortante. Relaja Elizabeth, relaja. —O eso creo, espero que cambien de idea.

—Siempre supe que modelarías, el vestido que llevaste a la gala benéfica era de en sueño. —Dice con voz melosa. Se recoloca el bolso y me mira con encanto. —En fin, ya salías en revistas, esta es otra más.

Tiene razón, es otra más. Sonreír y fingir, gano más que pierdo, ya hace años que deje de apreciar el poco tiempo que conseguía para mis cosas, por lo que si echamos cuentas el único inconveniente es Alexander.

—Bueno espero que pase rápido. —Añado con cansancio.

Saludo a Jake, el de seguridad, que como siempre me ofrece tomar un café en el descanso de la comida, pero lo rechazo. No necesito mantener una conversación interesante con un hombre, bueno según el hombre.

—Iremos en mi coche. —Informo a Maddison. Me peleo con el bolso hasta que logro sacar las gafas de sol. — ¿Cuánto te pagamos Maddison?

—No sé si es adecuado decírselo...

— ¿Cuánto?

—Bueno unos dos mil quinientos dólares.

—Perfecto, te asciendo, cobraras tres mil dólares.

Su cara se ilumina y me hace sonreír. Tengo que llevarle de compras, se volvería loca en el Time Warner Center. Sé que tiene que mandar bastante dinero todas las semanas a su madre, que vive en mitad del campo, sin trabajar y con problemas de bebida. Me recuerda a mí, intentando hacerme hueco en una gran ciudad como es Nueva York, con problemas que te agarran el cuello y te impiden vivir, tan familiar que no puedo dejarlo pasar.

Nos montamos en el coche y piso fondo.



Cojo aire, mucho aire y no para relajarme, sino porque lo necesito, a medida que me voy acercando al club lo voy reclamando con más frecuencia.

En la entrada me encuentro con el equipo de fotografía, que están hablando diáfanamente sobre la temática de la revista. No hace falta presentarme y eso me ahorra unos segundos de vergüenza. Entro sin más preámbulos en el club, agarro con fuerza las gafas de sol, que se van resbalando hasta caer en mis manos.

—Buenos días Señora Taylor. —Dice una joven morena con tacones rojos. ¿Señora? Algún día tenía que pasar, pero... ¡tengo veinticinco años! —Ya le habrán comentado que la queremos como portada.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora