Capítulo 24

246 18 11
                                    

Caminamos, rodeados de un silencio que mata demonios, que sin quererlo me eriza la piel. Miro nuestras manos entrelazadas y me imagino un anillo a juego entre ellas.

Ay querida Elizabeth, que fácil es soñar con lo imposible.

Los pies me duelen, no lo digo en alto por orgullo, y porque temo que me coja como un saco de patatas hasta llegar al coche. Le miro, detallo sus facciones rudas, sus labios perfectamente delineados, y su pelo ondulado. Me entra la melancolía y corro mis ojos a otro sitio.

Es demasiado, somos demasiado.

Pero aprenderé a vivir con ello, estoy segura, he pasado cosas peores.

—Ya estamos llegando. —Avisa levantando la cabeza del asfalto. — Me has hecho sudar.

—Yo también estoy cansada, si es lo que quieres oír.

—Gracias, la próxima vez nos vamos a un banquito que haya por aquí cerca. —Comenta riendo. —No te enfades tonta, han sido las mejores vistas en años.

—No lo dudo, soy lo mejor que veras en tu vida. —Digo con el ego por las nubes.

—El sentimiento es mutuo.

Pasa su brazo por encima de mis hombros, embriagándome con una sensación más fuerte que el fuego, y con tanta serenidad que creo estar pisando el cielo. Apoyo la cabeza en su cuerpo, dejándome llevar por el momento, pensando en que no hay mejor sitio en el que pudiera estar.

Cuando quiero alzar la cabeza me está abriendo la puerta de su coche. Titubeo, no se el motivo pero lo hago, me siento tonta y su cara me hace cargar con una culpabilidad sutil.

Él no dudo en seguirme, y yo dudo de quedarme.

—Nena, déjame llevarte a casa. —Dice ofreciéndome su mano. —No me obligues a cargarte.

Le pego el puño inofensivo de siempre en el costado y entro con una sonrisa.

Puedo hacerlo, dejar a un lado las tormentas para aprovechar la luz del sol. Solo tengo que mentalizarme, ordenar mis pensamientos para no tener que pasar por esos malos momentos otra vez.

Se pone al volante, y me llama la atención para que me ate el cinturón, porque no sé dónde está mi cabeza. Me pierdo entre la gente que camina por las largas calles de New York, algunos cansados, otros muchos borrachos. Llegamos al edificio de piedra, abro mi puerta y me quedó esperando una señal por parte suya. Un "Hasta mañana, duerme bien" o un "Puedo subir y dormir contigo como lo hacíamos antes"

Pero sus labios parecen estar sellados, sus ojos caídos y sus hombros tensos. Esto es estúpido, tanta confianza para tener miedo a una despedida, no, me niego a perder el tiempo así.

Paseo la mano por su nuca, haciéndole ver que necesito respirar a través de sus labios, porque estoy perdida en esos ojos sin brillo. Y si esta tensión es nociva, quiero vivir drogada para siempre.

Alcanzo su boca, chocando nuestros órganos sagrados a un mismo son. Disfrutando de su humedad, que me recuerda que el amor es caliente, acogedor y sutil, que cuando sientes frio, desesperación y desazón no es amor, es algo que está en la línea fina entre el dolor y la pasión.

Me falta espacio, y me sobran ganas para tenerle cerca. Acomodo mis piernas encima de su cuerpo, recorriendo con mis manos temblorosas sus mejillas, gravándome el latido de su corazón por si esta noche el insomnio no me deja dormir. Le digo con mi cuerpo lo que mis lágrimas le dicen cada que está cerca, que sufro a su lado, pero que decido quedarme, aunque el corazón nos duela eternamente, si este dolor por intenso que sea me recuerda a esto, elijo estar a su lado y tatuarme el corazón con recuerdos suyos.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora