Capítulo 1

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Todo está oscuro, el aire escasea y mi corazón parece latir a un ritmo desenfrenado. Miro a todo lados, buscando a alguien que me pueda ayudar a salir de este agujero. Una trampilla se abre bajo mis pies y grito con angustia, caigo sin prisas, todo parece ir muy lento, incluso mi pánico va creciendo poco a poco. Pero cuando toco tierra una sensación me invade el pecho, la soledad, siento como cada parte de mí se va rompiendo. Y sollozo ante el eco del silencio.

—Elizabeth — Susurra una voz dulce. Mis nervios se disparan y no hago otra cosa que llorar sin rumbo. —Beth cariño...

Pego manotazos al aire, buscando un contacto humano que me aporte el consuelo que necesito. Noto que me presionan las muñecas y las atrapan contra una superficie blanda, ¿qué es esto? ¿Arena? La presión pasa a mis hombros y con movimientos bruscos me zarandean de un lado a otro.

—Maldita sea... ¡Elizabeth! —Un golpe de gracia y al fin abro los ojos. Me doy de bruces contra la realidad, ha terminado mi sueño, pero la pesadilla continua. —Hija creía que estabas teniendo un ataque. Gritabas y llorabas. Yo simplemente... no sabía cómo actuar— Dice ahogando un sollozo.

No soy capaz de hablar, ni siquiera estoy consciente del todo. Pero saco las fuerzas suficientes como para abrazar a mi madre y tranquilizarla. Trazo círculos firmes en su espalda, con un ritmo constante, automático. Cuando termina de llorar se separa de mis brazos y trata de recomponerse mientras se seca las lágrimas.

—Ya ha pasado lo malo, mamá. —digo en un leve susurro.

— ¡No, solo te has despertado! —Su voz retumba por toda la casa. Vuelven a salir las lágrimas y mi paciencia parece encontrar su límite — Mañana volverás a tener esas pesadillas, que te tienen por el día muerta y por la noche despierta. — Farfulla señalandome con un dedo.

Soy consciente del comportamiento que he tenido estos días, pero que ingenua he sido al pensar que no se enteraba de nada, es mi madre. Me mira con angustia. Una lágrima amenaza en el borde de mis ojos. No Elizabeth, tienes que ser fuerte por ella.

—Se me cae el mundo a los pies cuando te veo luchar, como si quisieras expulsar a tus demonios. — Acorta el espacio que hay entre nosotras y me veo envuelta en sus brazos, sin darme ningún margen de tiempo para protestar. —Mi dulce y pequeña Elizabeth...

—Ya no soy una niña...—Digo a regañadientes.

En cambio ella me aprieta más fuerte contra su pecho, para que la deje hacer el papel de madre a gusto. La quiero tanto. La necesito tanto.

—Mamá mañana tengo que volver a Nueva York. —Digo finalmente. Llevamos ignorando esta conversación desde que llegue hace dos semanas a Florida, donde vive mi madre. Mis vacaciones han concluido, quiera o no quiera.

—Ni lo pienses señorita Taylor. Déjame cuidarte. —Sé que no me lo está pidiendo, prácticamente me lo está exigiendo.

Me revuelvo entre sus brazos y logro separarme de ella. Le miro con desaprobación ¿Quién parece ahora la niña pequeña? Alargo mi brazo y le toco su mejilla. Tan cálida como siempre. De pequeña llegue a pensar que por las noches de invierno se bebía cientos de tés para mantener sus mejillas calientes y sus manos a una temperatura agradable. Ahora me doy cuenta de lo estúpido que suena.

—Querida Leila Williams, tengo trabajo que atender en Nueva York. No puedes retenerme durante tanto tiempo en tu castillo de marfil mamá. — Noto que mis palabras le chocan pues se levanta del borde de la cama. Sé lo que toca ahora, solo espero que sea lo más rápido posible. — ¿Mamá?...

—Ojalá nunca le hubieras conocido. —Me esperaba las palabras, pero eso no hace que duelan menos.

Y como si hubiera soltado una bomba se va de la habitación, con los ojos cargados de ira y un paso airado. El portazo hace que pegue un salto en la cama.

Amantes DesesperadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora