52

7 0 0
                                    

Un loco y un sicario

— Podemos ir acá, a Cielo Chico. —dijo señalando un punto en el mapa.

López llevaba un traje gris y una camisa blanca con la corbata desanudada. La copa de whisky que se había servido seguía intacta en la mesa baja, al lado de su agenda abierta.

— Verde oscuro, sí verde oscuro.

— ¿Perdón?

— La pared aquella deberíamos hacerla pintar de verde oscuro. El verde es el color de las esmeraldas. — Caminaba intranquilo yendo de un lado a otro de su despacho —. Sabías que un tiempo tuve una Harley verde.

— Señor, con respecto a Cielo Chico.

— ¿Dónde es?

— Al norte, en la frontera. Un pueblo chico, de provincia. Gente sencilla que estará más que encantada de ver en vivo y en directo al presidente de la Nación.

— Ciento cuarenta kilómetros por hora en ruta de tierra. La polvareda en la espalda. Una nube de tierra. Un bólido que cortaba el suelo. Mi Harley verde modelo 68, creo que quedó en la Estancia de San Benito, o fue en San Jorge, no en la quinta, no tampoco, ¿dónde quedó?

— Cielo Chico, nos queda de camino en el itinerario que se había acordado en la última reunión. Sería un golpe de efecto muy interesante para su imagen pública. El presidente visita en persona a un pequeño pueblo de frontera, porque le interesa de verdad la gente común. Sería novedoso, y estoy seguro de que movería los números de las encuestas.

— ¿O fue un sueño? Qué hermosa moto. —Se acerca a la ventana y espía a través de la cortina— Mamá se hubiera horrorizado, odiaba la política, creo que tanto o más de lo que odiaba a papá. La política es la culpable de que cualquier gentuza quiera considerarse con derechos, decía. No hay que perder tiempo en boludeces me decía. El que nace para mandar manda, los demás obedecen. Villalba también piensa como mamá. Su familia siempre estuvo vinculada a la mía. Él sabe mucho de estas cosas de gobernar, y hacer política. Un viaje. No sé, no me parece. Las multitudes me ponen nervioso.

— Eso es lo bueno, señor, no hablamos de multitudes. Es un pueblo chico. Habrá a lo sumo un grupo reducido de seguidores. Usted sólo tendrá que posar para algunas fotos, un par de saludos y del resto nos encargamos nosotros.

— Ya sé —Se acerca al teléfono blanco que está sobre el escritorio, y levanta el tubo—. Que venga Alejandra.

— Señor, Cielo Chico.

— Alejandra me tiene que ayudar a recordar dónde está mi Harley verde.

Unos minutos después, un par de golpes en la puerta y una mujer entra. Lleva un vestido largo multicolor. Es morena, tiene cabello largo recogido en parte por una vincha de seda colorida. Lleva varias cadenas en el cuello con piedras de diferentes tamaños y colores. Algunos tatuajes de animales y símbolos chinos se le escapan de la cintura y el pecho.

— ¿Me llamaste?

— Sí, ¿trajiste tus huesos? — corre algunas cosas de la mesita baja, incluida la agenda de López, y se acomoda sobre sus pies.

— Por supuesto, siempre los llevo conmigo. Desprende una pequeña bolsa roja de un cordón de su cintura. De la bolsa extrae unos pequeños huesos de diferentes tamaños, formas y colores — Alejandra se sienta en la alfombra frente a él. López, se pone de pie y los observa a la distancia con cierta resignación, sin decir nada.

— ¿Qué buscamos? —pregunta Alejandra.

— Una moto, una Harley verde.

— Ajá. Veamos —arroja un par de huesos, y luego dos más.

— ¿Qué dicen?

— Verde, vieja, con mucha potencia.

— Sí, esa misma.

Recoge los huesos y los vuelve a arrojar.

— Aja, claro. Sí, ya veo. Está, está. —Cierra los ojos y parece concentrarse— está en un lugar oscuro, un depósito, sí, es un depósito, un viejo depósito. Hay mucho polvo y telas de araña. Dibuja en el aire utilizando los pequeños huesos como puntos de referencia.

— Lo sabía, lo sabía. Gracias Alejandra. Sos una genia.

— Hay más, los huesos me dicen algo más —Alejandra mira de reojo a López, que había permanecido indiferente a la intervención de Alejandra. Vuelve a arrojar los huesos —Veo un viaje, a un lugar bonito, con mucho verde.

— Cielo Chico —Refuerza López.

— Un viaje. Sí, puede ser. Vamos y volvemos en el mismo día. Tengo muchas cosas que hacer. Un depósito, claro el viejo depósito del abuelo. Ahí debe estar.

— Entonces, ¿agrego Cielo Chico a la gira, señor?

Toma su agenda y hace una anotación.

— Eh, Sí. Encargáte Morrison.

— Soy López, señor.

López mira de reojo a Alejandra, se despide de ambos y sale.

— Ya está. Mordió. —Dice el audio que graba López y envía desde su teléfono celular.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora