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— Se afanó medio millón de pesos —dijo la joven que me pidió un par de cervezas y una hamburguesa a cambio de información sobre Tulio Banquina.

— Es mucha guita.

— Fue en la época en que era concejal de Cielo Chico. — afirmó con total seguridad.

— Así, ¿de una?

— La plata del pago de sueldos y aguinaldos de toda la municipalidad. Parece que la guita la retiró un financista de la capital con un cheque firmado por él y por el Intendente. Después declaró que alguien había extraviado el cheque. —Se limpió los labios con una servilleta de papel y dejó en evidencia que ese color de rouge, no le favorecían a sus labios.

— Todo muy turbio.

— El tema es que al parecer la guita se pagó para saldar una cuenta personal. Y la gente, ese mes no cobró un mango. Lo querían colgar en la plaza. — Eso lo sé porque mi vieja estuvo juntando escombros todo un día para ir a tirarle a la casa del concejal.

— ¡Qué quilombo!

— Tulio tuvo que desaparecer de su casa para que no lo lincharan. A la semana mandaron más plata, se pagaron los sueldos y la cosa se tranquilizó. Pero el medio millón se lo cobró la financiera. Los rumores decían que fue para pagar el préstamo que habían tomado para solventar la campaña. Hasta hoy hay mucho ruido alrededor del tema, y Tulio nunca explicó nada sobre eso. —Era bonita, morocha, no demasiado delgada. Era evidente que le gustaba hablar, y cuando lo hacía miraba a los ojos sin pestañear.

— Anduvo en la droga también —agregó, después de un trago de cerveza.

— ¿No me digas?

— Sí, había alquilado un campo a un gringo. Ahí se armó un galpón que a su vez les alquilaba a unos narcos para tener la merca hasta sacarla del país. Cobró unos buenos pesos, antes de que lo pescaran.

—¿Fue preso?

—Acá nadie va preso. Al menos los nadie que son alguien.

— Mirá vos. Entonces, tenía mucha plata.

— Nadie sabe, pero no lo aparentaba. Siempre andaba de croto. —Hacía gestos con la boca cuando terminaba una frase. Sus labios parecían crecer.

— También dicen que un tiempo contrabandeó aceite, y gas, de acá para allá. Y electrodomésticos de allá para acá. —Levantó los brazos y me permitió espiar sus axilas recién afeitadas.

— Era todo un mafioso —agregué.

— Puede ser. Igual, acá todo el mundo hace eso. Pero a Tulio la gente lo quería a pesar de todo. Era un gran tipo, hasta que le calaron su problema de sonámbulo. Ahí le empezaron a hacer "ollín" como dice mi vieja.

— ¿y eso?

— Quiere decir "bullyng", mi vieja, pero no le sale.

— No me dijiste, tu nombre.

— Evita —me dijo y me regaló un guiño de sus ojos enormes y una sonrisa generosa mientras hacía el gesto de la V con los dedos de la mano derecha. — ¿Seguro que no te llamás Juan Domingo? — cerró el chiste que dejaba en evidencia sus intenciones.

A la gente le gustaba hablar de Tulio Banquina. Su vida era una biografía abierta que comenzaba a circular de boca en boca. Se había vuelto una leyenda, después de muerto. Y al parecer todos tenían un capítulo que aportar a la historia colectiva de Tulio Banquina.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora