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— Vengo a ver a Villalba —le dije a la secretaria que me recibió en la mesa de entrada de la oficina donde había quedado en encontrarme con el jefe de mis perseguidores. Estaba a ochenta kilómetros de Cielo Chico, en medio de la nada. Había conducido cuarenta minutos por ruta y luego por un camino vecinal que se perdía en el monte, hasta las coordenadas que me envió Villalba. No había otra cosa que un enorme y moderno edificio montado con todas las comodidades. ¿Qué hacía ahí una cosa como esa? para qué estaba allí. El lugar definitivamente desentonaba con el paisaje, o al menos es lo que creí en ese momento.

Enseguida caí en la cuenta de que aquello era un manicomio, literalmente, con cartel y todo, aunque se parecía muy poco a un loquero. Demasiado moderno, y pulcro. Parecía más bien un complejo de oficinas comerciales donde trabajan abogados, o contadores. Esperaba sentir el aroma de antisépticos, y desde luego no escuchar gritos fue una decepción.

— En la sala 19. Al final del pasillo. Pregunte por el griego.

Caminé por un largo y ancho pasillo con algunas plantas de interior en planteros de cerámica, cuadros de paisajes, música funcional y máquinas odorizadoras automáticas en las paredes. Definitivamente aquello no parecía un manicomio, o por lo menos no uno cualquiera.

La sala 19 era amplia. En la entrada había un enfermero que hacía las veces de celador.

— Vengo a ver al griego — le dije.

El enfermero se dirigió a uno de los viejos que miraba la televisión, leí sus labios y pude adivinar lo que le dijo — Señor Villalba, tiene visitas.

El griego Villalba me hizo una seña, y me dirigió a un rincón junto a la ventana.

— Usted es el escritor, es un placer conocerlo personalmente. Esta es mi oficina — me dijo— soy Ekis Villalba, lo estuve esperando.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora