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A Tulio Banquina lo enloquecieron los aplausos. Terminó chapita de tanto aplaudir. En ese sentido le pasó lo que, al Quijote de Cervantes, que se volvió loco de tanto leer libros de caballería. Tulio fue un Quijote de los aplausos. Le afectó la cabeza y empezó a andar sonámbulo todas las noches. Y encima estaba solo. Porque si por lo menos alguien lo hubiera acompañado, pero no, los sonámbulos siempre están solos, aunque capaz que en su cabeza no es así. Porque al fin y al cabo cuando se es sonámbulo uno no se da cuenta de que lo es hasta que alguien lo despierta. Pero, mientras tanto el sonámbulo vive su propia realidad, y esa realidad tiene sus propias reglas. O bien las reglas que manda la trastornada cabeza del sonambuleador. El caso es que Tulio era como un Quijote sonámbulo, y eso es lo interesante porque sus andanzas ocurrían de noche y podemos suponer, no lo sabemos porque las aventuras de un sonámbulo son exclusivas de cada sujeto, son demasiado íntimas, y el resto estamos fuera, en este otro mundo que a lo mejor también es el sueño sonámbulo, de otro alguien, pero eso ya es hilar demasiado fino.

Tulio Banquina andaba todas las noches de sonámbulo, de un lado para otro recorriendo la ciudad. Hacía todo lo que ya no podía hacer despierto, que era ir a los actos partidarios, ser parte de la omnisciente estructura del poder, porque la gente poderosa no puede andar al lado de un loco sonámbulo. Y entonces, uno lo veía al principio a lo mejor en short y remera, a las tres de la madrugada en plena plaza hablando solo, haciendo que hablaba por teléfono y yendo y viniendo de acá para allá, y luego se ponía a cantar y a gritar los estribillos de los cantos partidarios, y aplaudía y aplaudía con todas sus fuerzas. Y aplaudan carajo decía, bien sonámbulo Tulio Banquina.

Entonces, el pobre de Tulio Banquina se despertaba, y ese era el peor momento porque bueno el Quijote estaba loco en todo el tiempo, y creo que recién antes de morir, más o menos que se le va un poco su locura, y empieza a entrar en razón. Imagináte que Alonso Quijano hubiera sido sonámbulo, que en lugar de salir a la luz del día en busca de su amada Dulcinea lo hubiera hecho dormido durante la noche. La historia hubiera sido acaso más parecida a lo que le pasó a Tulio Banquina, el sonámbulo que aplaudía.

Tulio Banquina se enfrentaba todas las noches no a uno, ni a dos sino a decenas de gigantes que lo querían comer crudo. En sus sueños de sonámbulo Tulio gobernaba los aplausos, ese era su territorio, su espacio de poder. En esa realidad paralela sin tiempos ni fronteras Tulio era parte de algo único y emocionante que seguía la lógica popular del entusiasmo, y la felicidad de los aplausos. Ese era su lugar feliz.

Pero entonces, se despertaba, y estaba otra vez en esa otra realidad, en algún lugar de Cielo Chico de cuyo nombre no quería acordarse, y era otra vez el Tulio Banquina viejo, perdedor y desplazado. Y para peor el sonámbulo del pueblo, un sonámbulo que además aplaudía. Y del que todos se cagaban de risa.

Había gente buena que era comprensiva y lo ayudaba y despacito lo llevaba hasta la casa. Pero también había otros que lo tomaban para la joda, y le sacaban fotos, y ponían en evidencia su debilidad.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora