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A Esperanza se le atragantó el grito, sino la historia hubiera sido otra. Se quedó dura, de pie frente al cadáver de Tulio, con los ojos clavados en el agujero, casi negro, que una bala había perforado en la cabeza. Se le arrimó despacio, casi con miedo, y le acomodó la cabeza. La sensación gélida en la mano le confirmó la muerte inevitable de su marido. Lo alumbró, y entonces, vio el rostro pálido, la sangre coagulada y negra que se le había deslizado por el pecho, y le llegaba hasta las piernas.

Arrimó una silla, al lado del cuerpo y por primera vez en su vida Esperanza se sentó a pensar; primero en la sangre que se había extendido por debajo de la mesa, como cuando llovía y había que poner un balde bajo la gotera; y ella y Tulio andaban con baldes y jarras y lo que pudiera retener el agua para que no se les inundara la casa; ambos sabían que todo era inútil porque la lluvia seguía y pronto se llenaría el patio trasero de agua, que se metería por debajo de la puerta, y el agua les llegaría por lo menos hasta los tobillos. Pero, igual andaban con los baldes, jarras y ollas, de aquí para allá descubriendo uno y otro agujero de las chapas, que Tulio prometía reparar ni bien la lluvia parara. Esperanza sabía que eran las promesas de un político que quería evitar las consecuencias de su inoperancia, de su mala gestión en la administración de los recursos de ese pequeño estado familiar, que era la pareja sin hijos de Tulio, y Esperanza. Así que Esperanza pensó primero en qué hacer con la sangre que le parecía pronta a inundar el piso de la sala; y luego, qué hacer con el cuerpo de Tulio que había quedado sobre la mesa como un souvenir macabro de una fiesta a la que ella había llegado demasiado tarde.

Es que acaso nadie había escuchado nada. Era temprano, pero no demasiado. Por qué la policía no estaba rodeando su casa. O era que eso sólo pasaba en las películas, esas que solían mirar ella y Tulio antes de acostarse. Se asomó a la ventana. Afuera dos mujeres barrían la calle, y nada hacía pensar que algo pudiera alterar la inocua tranquilidad del día. Si nadie avisa, la muerte ¿puede pasar desapercibida? 

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora