Matado tres veces

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— ¿Vos? ¿Qué mierda hacés acá?

Funes dio un paso adelante, le señaló el interior de la casa, dispuesto a pasar. Tulio abrió la puerta y dejó que entrara.

— Vine a verlo. A ver cómo seguía de la herida.

— De los tiros que me metiste querrás decir.

— No es nada personal, usted lo sabe. Yo sólo hacía mi trabajo. Igual que ahora.

— ¿Para qué viniste?

— Vine por la foto.

— ¿Qué foto?

— Usted sabe de qué le estoy hablando. La foto que le sacaron ese día. Tenemos casi todas las fotos. Pero imagino que le queda al menos una. Usted sabe cómo son estas cosas. A la gente que me envió no le gustan los cabos sueltos.

— La policía se llevó todas las fotos que había. No tengo ninguna foto.

— Entonces, no le molestará que me lleve el rollo de esa cámara que está sobre la heladera.

— ¿Y si no quiero?

— No le conviene no querer Tulio.

— Tulio fue hasta el aparador al lado de la heladera, abrió un cajón, extrajo la pistola que había guardado en ese lugar. Y apuntó a la cabeza de Funes.

— A vos no te conviene —le dijo.

Entonces, Funes hizo algo que para él no era gran cosa. Comenzó a aplaudirlo a Tulio.

— Bravo, es usted muy rápido mi amigo— dijo.

Esto lo desconcentró a Tulio Banquina.

Luego, Funes dio un paso largo adelante y lo desarmó. Tulio apenas tuvo tiempo de ver el cañón de la pistola, y el fogonazo que escapaba como un escupitajo.

Luego, Funes se acomodó el cuerpo, lo sentó en una silla, puso el arma cerca de la mano derecha y le volteó la cabeza. El plan era simular un suicidio, pero luego desechó la idea. Luego, tomó la vieja cámara de arriba de la heladera y escapó de la casa. Mientras huía de Cielo Chico a gran velocidad en su auto, Funes pensó en que a lo mejor tendría que haber plantado alguna evidencia para cargarle la culpa a alguien más. Sin embargo, desechó la idea, no sería ese su estilo de sicario. Sabía que poco importaba. Nadie investigaría demasiado, y si alguien lo hacía, bueno, tampoco importaba.