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Tulio Banquina fue el jefe de los aplausos en Cielo Chico. Era un título sin papeles, de facto. Se lo ganó yendo, estando, acompañando, a pura militancia y osadía. Se lo ganó después de decenas de batallas contra el establishment de lameculos que se creían los amos y señores de los aplausos. Con él los aplausos volvieron a la gente, a sus verdaderos dueños. Durante meses estudió la lógica de los actos partidarios, los actos de gobierno y cualquier evento que involucrara a la clase política gobernante. Siempre estuvo Tulio, observando desde el fondo, desde el último lugar de la fila, la manera en que el cosmos hacía funcionar los aceitados mecanismos del poder. Observó todo, pero se concentró en los aplausos. Quiénes aplaudían, cuándo aplaudían, cuánto duraban los aplausos, en qué momento aparecían los vítores, los silbidos y los cánticos. Entendió todo aquello y un buen día, se animó. Tomó el tiempo y se anticipó, fue el primero en aplaudir, una milésima de segundo antes, el tiempo exacto para no quedar colgado y tomar la vanguardia de los aplausos. Lo hizo así durante varios meses y cada vez lo hizo mejor. Era una iniciativa, una nada, un mensaje que tenía un único destinatario. Entonces, ese alguien lo notó. Ese alguien enfrente leyó el mensaje. Desde ese día, la vida de Tulio cambió para siempre.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora