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— ¿Qué fue lo que te sacó?

Justo Sánchez y Tiberio Monges, se encontraban una vez más en el lavamanos del baño de la residencia familiar del presidente. Era el único lugar sin micrófonos y sin cámaras. Ahí podían fumar y hablar con algo de libertad sin que alguien más supiera lo que decían.

— Mi reloj —dijo y mostró la muñeca izquierda desnuda.

— ¡Qué pelotudo! Te avisé que no tuvieras nada que llamara su atención.

— Es un puto reloj. Me lo regaló mi abuelo en mi cumpleaños. No pensé que un reloj viejo importara.

— Es una mierda. Conmigo fue con una cadena, y mirá que con la camisa y la corbata no se ve. No sé cómo hizo, pero vio la cadenita. A Mongeloz, el morocho que viene por la tarde, le pasó con su anillo de casamiento. La mujer casi lo mata.

— Vio el reloj. Qué lindo reloj me dijo, y ahí me acordé de lo que me dijiste. Pero ya era tarde. Es una baratija, le dije. Me pidió que se lo prestara un momento para mostrarle a su mujer. Le dije que era un regalo de mi abuelo. Se puso serio. Sí, sí, me dijo, es un momento nada más. Y se lo llevó. Luego, se fue a hacer otra cosa. Y desde entonces se lo vengo pidiendo y se hace del perfecto pelotudo.

— Tiene un aparador, todo vidriado y con llaves donde colecciona todo lo que consigue.

— Ya me fijé, y no está.

— A lo mejor si le preguntás a López, si no vio tu reloj por ahí. Pero no te garantizo nada. Es delicado el tema. Todos saben el problemita que tiene, pero nadie dice nada, y está prohibido hablar de eso. Decís algo y te corren a la mierda.

— ¿Problemita, decís?

— Sí. La enfermedad. Es cleptómano. Desde chico, dicen.

— Chorro diría yo.

— ¿Y qué vas a hacer? Es el presidente.

Tiberio Monges se va, y Justo Sánchez se queda sólo, con la vista fija en el espejo del sanitario.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora