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Los hombres que conocieron a Marisa P. dicen tenía las mejores tetas de Puerto Madero. Que eran dos enormes masas de carne, dicen que era imposible dejar de mirarlas, y luego dejar de pensarlas. Desde la primera vez que la vio Funes no se la pudo sacar de la cabeza. Tenía fotos de ella en su teléfono y cada vez que podía volvía a mirarlas. Se drogaba con las fotos de Marisa P. tanto como se drogaba con cocaína. Las dos cosas le volaban la cabeza. Y cuando podía juntar las dos cosas en el mismo lugar era el paraíso. La conoció personalmente cuando se mudó al edificio. Ella estaba ahí, en la vereda, como si estuviera esperando que él apareciera. Marisa P. era actriz, era morocha y le gustaba serlo, no lo escondía bajo un falso teñido. Ella era natural tanto como sus tetas, su sonrisa, sus piernas, sus manos, sus tetas.

Marisa P. se instaló en el departamento de Funes desde la primera noche que se quedó a dormir. Voy a ser tu mamita, le decía. Lo despedía temprano en la mañana cuando Funes salía para el trabajo, y lo recibía cuando volvía tarde en la noche. Hacía su parte y parecía gustarle, pero Funes sabía poco o nada de ella. Una noche se sorprendió preguntándole como era su apellido, ella le dijo que se lo había dicho anteriormente, pero Funes no se acordaba. Mi nombre completo es Marisa Peralta, Peralta de Funes bromeó.

A pesar de esto cuando el auto en que viajaba Marisa Peralta se quedó sin frenos y terminó estrellándose contra un poste, Funes no fue a visitarla al hospital; y luego cuando Marisa murió tras cinco días de agonía, no se apareció por el velorio. Era raro Funes.

Matado tres vecesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora