Esa primera noche en el hotel, cuando salimos de la ducha, convencí a Bunge para robar una botella del bar del hotel. Obviamente, y como se encargó de repetirme mil veces, era la peor idea a horas de tener nuestro primer partido, pero tras mi ataque de culpa necesitaba no pensar fuera como fuera.
Por suerte sigue poniéndome fácil lo de meterle en problemas cada vez más grandes, así que después de bebérnosla, le hice una paja cutre al estar los dos un poco en la mierda como premio por haberme seguido el rollo con el robo y nos quedamos dormidos a medio vestir.
Al despertarme ya es casi mediodía y el lado de la cama de Bunge está frío. Me paso la mañana con Carlota, Margot, Laia y su novia; hasta que tenemos que prepararnos para el partido.
Voy al baño para recogerme bien el pelo después de ponerme el uniforme del equipo. Nayla me devuelve su mirada desafiante desde el otro lado del espejo. Apoyo las manos en el lavabo y le sonrío.
Estoy orgullosa de ella.
¡Ahora a hacer magia en el partido!
Veinte minutos después estamos en el campo de fútbol, lleno de gente.
Es que tenemos público, joder, que las gradas están casi llenas. Público de verdad, gente que nos va a apoyar, gente a la que les interesa vernos incluso sin ser cercanos a ninguno de nosotros.
—¡Soldados, ha llegado el momento! —empieza el entrenador cuando nos ponemos en el círculo habitual a su alrededor—. Poned en práctica todo lo que habéis aprendido y acabad con esos cabrones.
Todos nos giramos hacia los otros pobres veinte inocentes que están todavía hablando tranquilamente entre todos en la entrada. No saben lo que les espera.
Vuelvo a mirar a las gradas, pero por mucho que me intente fijar no sé quiénes pueden ser los cazatalentos de equipos. Sí que puedo distinguir perfectamente a los padres de Bunge porque con las pintas que llevan parecen dos celebridades.
Es mejor que ellos no me distingan a mí, así que cuando Terminator nos manda calentar cinco segundos después, lo hago lo más alejada de su hijo posible. Incluso me cambio de sitio cuando va a ponerse a mi lado para recibir las últimas indicaciones.
Me mira extrañado y yo aparto la vista.
Qué más da, después con diez minutos a solas le quitaré cualquier tipo de molestia. Lo último que necesito es que sus padres nos relacionen y que cuando su querido hijo desaparezca en dos semanas la primera persona que se les venga a la mente sea esa amiguita suya de Barracas.
—Ahora a ganar, que lo de que lo importante es participar es el consuelo de los perdedores. ¡Vamos, vamos, vamos! —ruge dando palmadas al aire.
—¡Sí, señor! —le gritamos de vuelta, al unísono, con la misma fuerza.
Poco después suena el silbato, llevándose cualquier cosa que no sea el partido. Hora de demostrarle al mundo lo que valemos.
No, no sufras, que no voy a ponerme como Camacho a contar cada partido minuto a minuto. Lo haría encantada, pero supongo que a alguno eso le puede parecer incluso peor que una conferencia sobre la historia de la botánica.
Así que, un resumen breve:
1. Ganamos ese primer partido tres a cero porque su equipo parecía estar formado por las veinte primeras personas que habían pillado en la calle esa mañana.
2. Eso nos hizo confiarnos y sufrimos para alcanzar un empate a cero en el siguiente partido.
3. Nos desvivimos en el último partido para volver a empatar, esta vez a uno, contra el equipo hasta entonces invicto de nuestro grupo.
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La chica del fútbol
Teen FictionMe llamo Nayla, tengo 17 años, y mi hobby favorito es meterme en problemas. Por algo soy la mano derecha del capo italiano de turno, El Jefe. Él fue quien prometió cumplir mi sueño de dedicarme al fútbol a cambio de un pequeño trabajito. Y yo, por...