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A pesar de que hoy no hemos tenido que madrugar porque ya no hay clases a las que ir, a las siete ya estaba en el campo de fútbol con el balón de Topo.

No he dormido una mierda porque, cada vez que cerraba los ojos, veía al entrenador gritarme a la cara que no he entrado al equipo final porque no tengo talento. O a Tabone diciendo que había fallado, con uno de sus hombres detrás suyo con una toalla mojada en la mano. O a Hannah, tirada en el suelo, gritándome que sabía que Carlo se cansaría de su putita. A Karîm, con su mirada siempre de decepción, recordándome que desde el primer momento me avisó que iba a arrepentirme de esto. Todos, rodeándome, cada vez más cerca, sin dejar de hablar.

No tienes talento, has fallado, se han cansado de ti, te vas a arrepentir.

Una, y otra, y otra vez; asfixiándome.

No sé si es peor eso o las pesadillas de papá.

Al menos sé que por lo menos esta pesadilla se acabará en unas horas porque quedará solo en una mala noche o porque se hará realidad.

¿Qué pasará si no entro? 

Joder, cómo odio esperar.

No sé, no sé qué pasará. No sé si El Jefe me hará seguir con el plan en un último intento desesperado metiéndome en la fiesta el día de la final aunque yo no esté en el equipo y aunque el equipo no esté en la final, o si me matará directamente.

Si no entro, quizá mejor que me pegue un tiro. No quiero volver a Barracas donde ni siquiera tengo una casa y menos un futuro. No quiero otro trabajo de mierda. No quiero tener que volver a preocuparme por Hannah. No quiero que exploten esta burbuja de felicidad en la que he estado metida tres semanas para tirarme de nuevo a la mierda. No quiero esa vida. ¿Y cómo voy a conseguir otra si ahora, que he dado todo de mí, no lo consigo? 

¿Para qué quiero otra vida si queda claro que no sirvo para el fútbol, para lo que quiero?

Quién cojones me mandaba meterme en todo esto.

Aunque menos mal que lo he hecho.

¿No?

No sé. No tengo ni puta idea. Qué mierda todo. Ahora entiendo a ese que decía que solo sabe que no sabe nada.

El director sigue hablando en el auditorio. 

Fuera está nublado, espero que no sea porque el cielo se está preparando para llorar conmigo o porque sabe que un momento dramático como cuando te echan del sueño de tu vida queda mejor con lluvia que con el sol resplandeciente de un viernes de julio. Nos está consolando por adelantado, con frases de mierda como que no tengamos miedo de fallar, que es normal no conseguir lo que queremos a la primera, por si no entramos en el equipo. Qué fácil es para él, que no va a acabar con un tiro en la frente si falla. 

¿Puede acabar esta mierda de una vez? ¿por qué alargan nuestro sufrimiento así? ¿qué les costaba habernos dicho nada más levantarnos si estamos dentro o fuera? Joder, que no cuesta tanto suspender a la gente en sus exámenes de matemáticas.

—¿Por qué siempre tenés cara de orto cuando el dire dice algo lindo?

Le doy un puñetazo en el brazo como respuesta y los sigo a la calle. Hace fresco y las nubes negras hacen que parezca que ya va a anochecer aunque aún sea por la mañana. Una hora para comer, tres para saberlo todo.

¿Por qué no puedo tener una máquina para viajar al futuro? O al menos que me dejen emborracharme o fumarme algo para no enterarme tanto del paso del tiempo hasta que llegue el momento.

—El director me ha puesto todavía más nerviosa —suspira Margot. Yo pensaba que ya no tendría que aguantar más sus nervios después de acabar los exámenes porque ni siquiera tiene pensado entrar en el equipo final, pero es que a esta mujer simplemente le encanta sufrir.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora