¿Fin?

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Dos horas después, aprovechando que Hannah se ha quedado medio muerta en el sofá, he conseguido escaparme a la peluquería de Zendaya gracias a Abdel. Me ha arreglado el pelo antes de cerrar y ahora estamos en el piso esperando a que vengan el resto porque quiere reunirnos a todos. Mientras, para hacer tiempo, se está dedicando a una de sus actividades favoritas: 

—¡Eso es una locura! —me echa la bronca—. No voy a aceptar eso ni en un millón de años, me parece insultante que siquiera se te haya pasado por la cabeza.

—No quiero ser una carga.

—¡Y vuelta el burro a las coles, que no eres una carga, si te lo estoy pidiendo yo a ti! —se tira de rodillas al suelo, mirando al cielo con desesperación. Yo no puedo evitar sonreír. Cómo le gusta el teatro.

—Pues acepta el dinero, así las dos felices. Y Tony más.

Vuelve a gritarme.

Lleva media hora chillándome porque le he ofrecido dinero del de Tabone cuando me ha propuesto quedarme con ellos en el piso porque ni loca me quedo con Hannah y Paul. Además, le he ofrecido lo suficiente como para pagarse casi la mitad de la carrera de psicología por la Universidad a distancia.

—Acéptalo, en serio —la corto y ella me mira mal, pero no sigue gritando—. Si no quieres verlo como que te estoy pagando el alquiler, míralo como forma de agradecimiento. Siempre estás para mí, tengo mucha suerte de tenerte y de alguna forma te lo tengo que pagar.

—Nayla... —me mira con ojos de corderito. Por favor, que no se ponga ahora sentimental—. Es lo más bonito que me has dicho nunca —da una palmada para juntar las manos, emocionada.

—Tú también mereces seguir tu sueño —me encojo de hombros. Qué incómodo es esto.

—Parece que no me voy a librar nunca del dinero negro, ¿no? Solo lo acepto porque por fin me has abierto un poquito tu corazoncito —y me asfixia en un abrazo.

—¿Por qué das por hecho que es ilegal? —me burlo.

Por suerte el momento se termina porque se oyen las llaves girar en la puerta de entrada.

—¿Qué ha pasado? —Toni se acerca corriendo a su novia al verla llorar.

—¿Ya estás haciendo llorar a nuestra pobre Zendaya? —se ríe Gus, apareciendo por detrás acompañado de Milo. Yo me siento sobre la mesa del salón, sacándole el dedo del medio.

—Seguís siendo una ortiva —suspira el otro. ¿Por qué van sin camiseta a las diez de la noche? 

—Que os den por culo. —¿Y por qué me da la impresión de que ha sido muy mala idea que estos dos se hayan hecho amigos?

—¡Me está sobornando con tres mil euros! —me acusa la pitufa mientras le doy un manotazo a Gustavo para que no me arruine el peinado que me acaba de hacer Zen al querer saludarme.

—¿De dónde has sacado tanta pasta? —me devuelve el manotazo en el brazo. 

—¿Y vosotros por qué no lleváis camiseta?

Ninguno contesta al otro porque Matías aparece por la puerta, riéndose de algo. Él si lleva camiseta y sus pecas se mueven al estar riéndose.

Qué bien verlo tan feliz. 

Se está riendo con Karîm y su novio. Bueno, Karîm para variar parece más bien molesto.

Espera, su novio. 

He dicho su novio.

SU NOVIO.

Miro a Zen. Ella me mira a mí, se le ha pasado el llanto de golpe.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora