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Cuando el calor del exterior me golpea aún me siento más cabreada, ¿es que acaso todos se han propuesto amargarme para una vez que tengo razones para estar contenta?

—¡Ya vale! —me deshago del agarre del chico de un tirón—. Estamos lo suficiente lejos, puedes dejar de huir.

—¿Huir? ¡te salvé la vida! —¿Me... me acaba de gritar? ¿por qué se ha puesto nervioso de repente?

—Dudo que ese viejo pudiera matarme —le contesto y me obligo a respirar hondo para calmarme. Seguro que me han dejado las bolsas hechas un desastre, a saber qué me han quitado...

—Pero El Jefe sí. Van a expulsar a Martín a la calle. —Así que sí que están aquí por El Jefe. ¿Martín? Debe ser el imbécil de su compañero. 

Se echa a andar y me obliga a seguirlo casi corriendo para poder escuchar lo que dice y seguir insultándole por cobarde. Tendrá las piernas cortas pero el cabrón es rápido.

—... ya le dije yo que no flasheara. El boludo tendría que haber hecho solo lo que le dijeron, no intentar ganar más. Se quiso hacer el vivo y ahora El Jefe va a matarlo.

A pesar de lo gracioso que me parece cómo mezcla palabras argentinas con las españolas, no me parece bien que por Martín y su retraso mental me tengan que tratar a mí igual que a él por ser del mismo barrio.

—Oye, todos sabemos a los que nos enfrentamos con El Jefe. Si es imbécil y no sabe obedecerle es culpa suya que le vuelen la cabeza. Que no hubiese intentado ponerse a vender drogas aquí, a quién se le ocurre.

—¿Vos te escuchás? —Parece dolido o sorprendido, no lo sé, yo solo me encojo de hombros. Qué culpa tendré yo de que escoja amigos con cociente intelectual negativo.

—¿Y tú te has oído ahí dentro? —señalo el edificio que estamos dejando atrás—. Ah, no, perdona, que te has callado como una puta mientras nos insultaban.

Al escuchar eso se echa a reír. 

—Dejá de romperme las bolas, ¿querés? ¿Posta aún no entendiste que tenías que cerrar el orto con el guarda?

—¡Pero si tendríamos que haber protestado los dos! No tiene razones para tratarnos así solo porque tu amigo la haya cagado.

Suspira y abre la puerta de cristal cuando llegamos al edificio principal. Le doy las gracias porque si no me la habría comido de lleno.

—Che que a mí tampoco me emocionaron sus palabras, pero se ve que nos conoce, mejor no pelearle —responde al final con una pequeña sonrisita. Parece que tiene la seriedad de Karîm, pero se toma las cosas mejor. Creo que no me cae mal del todo—. Lo ignoramos y ya, que él vaya por su lado y nosotros por el nuestro. Si no le puteamos seguro nos deja trabajar tranquilos.

Tras unos segundos en silencio acabo por darle la razón. Zendaya lo ha dicho, no tengo que meterme en problemas. Aunque tampoco te puedo asegurar que, si averiguo cuál es el coche de ese guarda, todas sus ruedas lleguen sanas y salvas a casa. O la carrocería, que eso jode más.

—Creo que es acá. 

Nos detenemos frente a una puerta de madera: "Secretaría". Algunos nos miran raro al pasar por su lado, seguro que han visto cómo se nos llevaban para registrarnos. 

Entramos, el chaval me dice que se llama Milo, una mujer enana nos da la llave de nuestra habitación después de amenazarnos con que espera que tengamos todo en orden, y acaba cerrándonos la puerta en la cara. Todos los trabajadores de aquí son muy simpáticos.

Cuando volvemos al edificio de los guardas, que se ve que es la residencia, le suelto de golpe mis dudas:

—¿Crees que ese guarda de verdad sabe lo que hacemos aquí? ¿que sabe los planes de El Jefe?

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora