22.

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—¡Ya estamos aquí!

—Hola, cariño. —Papá baja las escaleras de dos en dos alegremente, algo que no pega con que lleve un traje elegante—. ¿Qué tal, Abbie?

Ya ha pasado la fase de mirarla como si fuese un perro abandonado al que insisto en meter en casa, ahora solo la mira con esa empatía con la que mira hasta a los árboles. Más cuando la respuesta de Abbie es un resoplido enfadado.

—Vamos arriba, se quedará a dormir —le informo cuando se acerca a mí porque obviamente le va a parecer bien—. Luego te cuento.

A mi susurro confidencial aprovechando que se había inclinado para darme un beso en la frente, me sonríe. Uno de mis pasatiempos favoritos es ir a su despacho y hablar y hablar y hablar y hablar. Menos de lo que hago con Jake o los problemas en los que me mete Abbie, claro. Pobre papá, ya suficiente tiene con enterarse de alguna de las peleas del instituto.

—Muy bien, Nay. —¿Ves como le iba a parecer bien?—. Es viernes, podéis pedir pizza para cenar, ¿te gusta?

—Sí, gracias. —Qué graciosa es Abbie intentando ser educada.

—Pedidle al chef la que prefiráis —nos sonríe otra vez, se ajusta la corbata porque siempre tiene que llevar el traje perfecto y se despide hasta la noche.

—¡No te olvides la chaqueta que hace mucho viento! —le aviso. 

—Gracias, qué haría sin ti —me manda un beso antes de desaparecer por la puerta, haciéndome soltar una carcajada.

Gracias a tanto viento me he muerto de la risa cuando ha hecho que una hoja seca le dé en la cara a Abbie mientras caminábamos por el parque. Es lo que tiene el otoño. 

A ella no le ha hecho tanta gracia, no tiene un buen día. Me estaba esperando fuera del instituto cargada con una mochila con sus cosas porque había vuelto a pelearse con su padre. Me ha dicho que Jake no podía quedar hoy y que no quería volver a casa bajo ningún concepto, por eso me la he traído.

—Vamos, a ver qué peli podemos ver con las pizzas, ¿una de amor adolescente? —canturreo al entrar a mi habitación.

—Ni lo sueñes —le gruñe a mi burla y yo vuelvo a reírme, tirándome en la cama con la tablet en la mano. 

—¿Puedo ducharme? —la escucho preguntar, y le contesto distraídamente que sí y que hay toallas en mi baño limpias, demasiado ocupada en encontrar la película más cutre que exista—. Tranqui, ya voy a la ducha de los invitados así no te tienes que esperar tú para ducharte que ya es tarde.

—Vale. Puedo elegir la peli que quiera, ¿no?

—Sorpréndeme.

Levanto la vista solo un momento para dedicarle una sonrisa inocente, pero ya ha salido de mi habitación y lo único que puedo ver es su mochila negra antes de que cierre la puerta.

La mochila negra.

La mochila negra, la mochila negra, la mochila negra, la mochila negra.

Necesito aire.

Mucha luz, de golpe.

Algo me está aplastando el pecho. Necesito aire.

¿Dónde estoy?

Quiero moverme, pero un dolor agudo me paraliza los brazos. Un tubo me lo atraviesa. Me palpita la cabeza, al tocarla noto que me han puesto algo, una tela que me la presiona. Tengo frío, mucho frío. Me toco y estoy fría, muy fría, como... como...

Muerta.

¿Muerta?

¿Dónde estoy?

Necesito aire. Todo el cuerpo me pesa demasiado, pero nada me está aplastando.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora