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Sin embargo, al llegar al lado de Bunge y sus amigos, me es fácil contagiarme de nuevo de la emoción del partido y olvidarme de lo perdida que me hace sentir siempre Mat.

Seguidamente nos dan el segundo premio y, efectivamente, un representante de un equipo se interesa por mí y por otro de los defensas de mi equipo. Con su tarjeta y la medalla colgada al cuello, me siento en las nubes. 

Mi primer premio de mi primer campeonato donde se han interesado en mí por primera vez, el principio de todo. Cuando mataron a papá mataron también a toda la vida que había conocido hasta entonces, y ahora por fin estoy consiguiendo otra. Beso la medalla y se la enseño al cielo, sonriéndole.

Tras despedirnos de todos, donde casi me da otro ataque de ansiedad al darme cuenta que cuando vuelva a ver mis amigos será ya tras el secuestro si todo sale bien, nos dirigimos a los vestuarios. Una vez ahí, el entrenador nos hace reunirnos.

—Soldados —habla, los cuchicheos se paran y la gente deja de moverse. ¿Ahora viene bronca por haber perdido?—. Hemos llegado al final de la guerra y la hemos perdido.

Su última bronca, es hasta bonito.

Noto que me tocan la espalda baja de repente, por debajo de la camiseta, y casi doy un salto. Coño, que estamos en un momento de tensión, que no me den sustos. Por lo menos el entrenador está muy ocupado reflexionando sobre perdonarnos o no la vida como para darse cuenta.

Me giro, es Bunge. Se lleva el dedo a los labios como pidiéndome silencio mientras me sonríe.

Puto tonto.

Le hago caso y vuelvo a mirar al entrenador, pero me dejo caer hacia atrás lo justo para apoyar mi espalda en su pecho y su mano se queda agarrándome de la cintura por debajo de la ropa. Tengo que hacer un esfuerzo para no sonreír. Ha venido a buscarme él a mí, aún cuando tenemos a Zahara, Nicolás y demás prácticamente al lado. Está yendo todo de puta madre.

—Hemos perdido la guerra. —Ah, eso, la bronca—. Con eso habéis aprendido una lección: a veces, por mucho que os dejéis la piel en algo, habrá alguien que lo haga mejor.

¿Por qué suena tan... tranquilo? Como si... como si nos estuviera consolando.

—No siempre se gana a la primera, muchachos, pero si conserváis el espíritu de guerreros que habéis demostrado hoy, al final llegaréis a la cima. —¿Está emocionado? ¿nos acaba de decir algo bonito? ¿no nos quiere matar?

Vuelvo a girarme hacia el principito, pero él está tranquilamente escuchado al entrenador y le da las gracias con toda la naturalidad del mundo.

—Gracias a vosotros —¿y el otro le está contestando?— por haber aplicado todo lo que os he enseñado.

Esto es demasiado raro, creo que hubiese preferido otra bronca.

—Eso es todo lo que quería deciros, ¡ya basta de mariconadas! —da una de sus palmadas rompiendo de nuevo el silencio. Vaya, parece que ya se ha acabado el momento emotivo. Por un momento había creído que hasta iba a confesar que nos echaría de menos—, el autobús nos está esperando.

—¡Sí, señor! —gritan algunos graciosos por última vez cuando se recuperan del shock de ver al entrenador mostrando sentimientos positivos y lo siguen hacia el campo.

Yo sigo sin entender qué acaba de pasar.

—Todos tienen un corazoncito al final —me dice Laia, que parece haberle divertido la escena, cuando la miro ahora a ella con confusión.

—Menuda tontería —se une Carlota, poniendo los ojos en blanco—. Menos darnos ánimos de perdedores como decía él hace dos días y más hablar con el árbitro sobre esa falta que nos ha pitado cuando...

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora