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Vamos al grano, que diría Gus.

Ayer martes fue un día aburrido:

1. Hubo chequeo médico en el que se preocuparon porque estoy rayando la desnutrición así que me pusieron una dieta especial. 

2. Sospecho que Milo le contó a Margot que había llorado por lo que me dijo el entrenador porque ella se pasó toda la mañana tirándome frases inspiracionales como que de errores se aprende, que dar dos pasos hacia atrás en el camino de la vida es solo para tomar más impulso hacia la meta... Frita me tiene.

3. Las clases fueron aburridas, nada sorprendente.

4. Por la noche quedé en ridículo una vez más delante de Bunge. Fue más o menos así:

—¿Puedes acompañarme a tu habitación a ver si está Margot? No quiero despertarla si está dormida y como tú tienes la llave... —me pidió la pelirroja antes de irnos a dormir.

—¡Claro! —contesté yo, en mi intento de ser simpática. Quedó bastante creíble, ¿no?

Sin embargo, al pasar por la habitación de Laia, vimos que Bunge estaba ahí con sus dos amigos (los que nos persiguieron y le hicieron la falta a Milo, llamados Nicolás y Pol). Él estaba apoyado sin camiseta en el marco de la puerta y yo me bloqueé al verlo porque parecía todo un niño bonito, uno de esos que hace golf los findes o práctica vela en verano. 

Ya sabes, un principito. 

Me bloqueé tanto que no contesté a Laia cuando me habló, Nicolás se dio cuenta y se burló de mí: 

—Está más atenta a otras cosas.

Bunge entonces sonrió con suficiencia y entró a la habitación. 

—Ten cuidado con estas cazafortunas —añadió el otro imbécil. 

—Ya puedes irte, gracias —me sonrió la pelirroja, siguiendo a Bunge. Prácticamente huí de ahí con la risa de Nicolás de fondo.

Y hoy tampoco ha ido mucho mejor la cosa, así que para desconectar un poco voy a escaparme esta noche para ver a mis amigos. 

—¡¿Salir ahora, estás loca?! 

Se lo acabo de decir a Margot. He estado todo el día pensando si hacerlo o no porque parece la típica chivata, pero sería peor si se despierta en mitad de la noche y ve que no estoy y no sabe dónde me he metido.

—¡Son más de las diez y media, sabes que está prohibidísimo! —me sigue chillando. Se ha quedado a mitad de ponerse el pijama. Es de ovejitas. Ya me ha cogido demasiada confianza, ya no le da miedo que pueda sacarle la navaja. Tampoco iba a hacerlo, es buena gente y bastante manipulable, puedo convencerla sin llegar a esos extremos—. ¿Por qué no te esperas al fin de semana para ver a tus amigos? ¿por qué tienes que ser así? 

—¿Qué más da? No voy a esperarme al finde porque les sale de los huevos tenernos aquí encerrados. 

—No puedes saltarte las normas, pueden expulsarte —se cruza de brazos delante de mí, asustada.

—No van a expulsarme, no se va a enterar nadie.

—Vale, vale —cierra los ojos e inspira hondo. Se susurra a sí misma que tranquila, que sus padres no tienen por qué enterarse—. Como te pillen... Yo no quiero problemas.

—No van a hacerlo así que no digas nada. No te voy a meter en problemas, tranquila. Si pasa algo diré que tú no sabías nada.

Eso último parece gustarle.

—¿Me lo prometes? —insiste.

—Te lo prometo.

—¿Pinky promise? —me ofrece su dedo meñique. ¿En serio? Resoplo y lo entrelazo con el mío, consiguiendo una sonrisa de su parte.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora