4.

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Estoy en el gran jardín de Whitehall con Jake, Abbie está sentada bajo la sombra fumándose un cigarro. 

Tengo que entrar a la fuente al haber perdido en un "que no caiga" con el balón.

—Como me vea papá... 

—No seas cobarde —se burla Abbie. 

—Vamos —Jake me toma de la mano y acaba por meterse dentro conmigo. Hasta me sonríe. 

Hoy está de buen humor aún sin consumir nada. Qué raro. Me gusta pensar que es gracias a mí. No deja de salpicarme y cuando me acerco a él para empujarlo, me agarra de las muñecas para besa-  

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¿U-una sirena? Papá... Salgo de la fuente. Corro al interior de casa. Coches de policía por todas partes. Tengo que entrar, tengo que entrar, tengo que entrar. No me dejan pasar, yo solo quiero ver a papá. Amanda aparece y me arrastra lejos de las escaleras del chalet. Huele a pólvora, muy fuerte. Papá... papá... Levanto la cabeza. Una parte de la casa ha volado por los aires.

¡Papá! 

—¡Ah!

—Sí, a mí también me ha dado un susto de muerte la sirena. 

Estoy en una cama, con el corazón a mil y empapada en sudor. La sirena sigue de fondo. Unas paredes blancas me rodean y delante de mí tengo a dos chicas muy parecidas levantándose. La academia Risum. Estoy en la academia Risum. Estaba durmiendo. Era un sueño.

Joder.  

Vuelvo a tirarme sobre la cama y escondo la cabeza debajo de la almohada hasta que la sirena que nos han puesto como despertador se calla.    

Era otra vez solo un puto sueño.

—Tendrías que levantarte —me recomienda Margarita desde el pequeño baño cuando decido que es hora de dejar de esconderme bajo la almohada y enfrentar la realidad—, en nada tenemos que estar en el comedor.

Mierda, es verdad.

—Aquí tienes el vestido que me pediste, seguro que te queda perfecto.

Mierda, también es verdad que tengo que acercarme a Christian Bunge. Qué imbécil me siento teniendo que hacer todo esto.

Me obligo a levantarme antes de volver a quedarme dormida y cuando dejan el baño libre me encierro dentro. Anda, buenos días, regla. Te has atrasado bastante, capulla, deja de darme estos sustos. 

Consigo depilarme con la cuchilla en tiempo récord y con solo dos pequeños cortes, y recogerme el pelo en una cola alta. Me pongo el vestido blanco y un tampón, gran combinación; y salgo disparada para no perderme el desayuno.

Cuando llego, Milo me está esperando.

—¿Sos vos? —exclama, sorprendido. 

—¿Que si yo soy yo? Esa es una pregunta demasiado filosófica para estas horas de la mañana. 

Paso a su lado con la bandeja llena hasta arriba, tengo que aprovechar mientras estoy aquí.

—¿Qué te hiciste? —comienza a caminar a mi lado y me señala de arriba a abajo—. Hoy te ves linda, como Margot.

—Lo sé.

¿Insinúa que ayer daba asco?

Dejo la bandeja en un sitio libre, él se sienta en frente y me roba dos galletas antes de darme la gran noticia:

—Se me ocurrió algo mucho mejor que ir a clase.

(...)

En el despacho del director, hemos acabado en el puto despacho del director por su culpa. 

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora