6.

17 2 0
                                    

No quiero hablar de la mañana porque lo he intentado, pero no he podido dejar de darle vueltas a lo de Hannah ni lo que dijo el guarda. ¿Por qué El Jefe me quiere con vida?

Bueno, de una cosa sí que vamos a hablar: Nora y Topo estaban juntos, solos, en clase. Margot nos ha confirmado, muerta de vergüenza, que esos dos llevan tonteado desde ayer. 

Cuando acabamos de comer, Laia nos propone ir a tirarnos a los sofás con sus amigas, pero hoy no estoy de humor para socializar así que le propongo a Milo ir a por el balón de Topo.

—Pero lo tendrá en su pieza —se queja, a este hombre le encanta llevarme la contraria— y quizá estén con Nora.

Hostia, es verdad. ¿No estaban en el comedor? No me he fijado mucho hoy.

—Bueno, pues si están follando tampoco pasa nada: entramos, cogemos el balón, pedimos perdón, nos santiguamos y nos vamos.

—¡Nayla! —Si antes pensaba que Margot era un tomate, es que no la había visto como hasta ahora. Le va a acabar petando una vena.

—Solo bromea —la calma Laia y me mira con diversión antes de llevársela hacia la sala de ocio—. ¡Ya vendréis!

Entonces escucho la risita de Milo y dejo de ver cómo se alejan para girarme hacia él.

—Sos re gede —se carcajea con más fuerza ahora que Margot se ha ido y yo también sonrío. 

—¿Eso es que sí que vamos?

—No sé... ¿y si sí que están? 

—Te encantaría confirmar que están juntos, tú eres el primero que ha sacado el tema en clase esta mañana —me echo a andar hacia las habitaciones y, aunque me dice que para nada, me sigue sin rechistar.

—Vos llamás, ¿sí?

—Que sí, hombre, no te preocupes.

Casi corremos hasta la habitación de Topo. Efectivamente, la puerta está cerrada. Milo pega la oreja a la puerta y me pide silencio aunque no estuviera hablando.

—Qué creepy que eres —le aparto de un empujón con la cadera y golpeo la puerta con ánimos. No estamos aquí para hacer el gilipollas.

No sé si se oye ruido dentro porque sube todo el ruido de la gente que está en el primer piso. Noto que Milo se esconde detrás de mí.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —le juzgo. No le da tiempo a contestar antes de que la puerta se abra dos centímetros.

—Hola. 

¿A caso no va salir? La habitación está muy oscura, casi no le puedo ver. El argentino me da un golpecito para que diga algo cuando nos quedamos en silencio porque Topo parece que no va a añadir nada más.

—Hola —saludo de vuelta—. Venimos a por tu balón.

—¡Che, así no se piden las cosas!

—Pues habla tú. —De verdad, no sé por qué me empeño en hacer las cosas con él si estaría mucho mejor sola.

—¡Fue tu idea!

—Entonces deja de darme por culo.

—Sos una mal educada.

—El balón. —Los dos nos callamos al oír a Topo. Me está ofreciendo el balón. ¿Ves qué fácil que era? Si es que a Milo le gusta hacer una montaña de todo.

—Gracias.

Qué bien se siente tenerlo entre mis manos. Después de dos tardes enteras en las que el entrenador se ha empeñado en mejorar nuestro acondicionamiento físico, me apetece mucho simplemente hacer el tonto con una pelota.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora