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Después de que Hannah me haya desterrado de casa por haber interrumpido a gritos la cita con su nuevo novio, como ya era muy tarde, la idea más sensata ha sido volver a acoplarme una noche más a la casa de los Saadi, la familia de mi mejor amigo Karîm. 

Con Abdel, el hermano de dieciséis años de Karîm, hemos dado de cenar a sus cuatro sobrinitos dejando la cocina hecha una mierda, apestando a especias y aceite quemado. Después se ha preocupado por mí al descubrir una de las facturas que he cogido de casa cuando me la ha robado su sobrina pequeña alegando que necesitaba más papel para dibujar a un gato -o un círculo con cuatro palos-.

Por suerte no me ha hecho muchas preguntas porque ha cambiado de tema para contarme que el otro día ideó un plan para salir por la ventana porque escuchó una pelea en el portal y no quiso arriesgarse a ir por ahí. Así que le he estado jodiendo con que sea tan cobarde y, tras conseguir que los tres más pequeños se quedasen dormidos tras haberles hecho rezar las oraciones en su idioma que nunca entenderé; hemos ido a la habitación de Abdel y Karîm. 

Hemos dejado que Habib, el sobrino más mayor de ya once años, se viniese con nosotros para poder usar el único ordenador de hace mil años que tienen en la casa.

—Este chico ya me está comenzando a preocupar —el prototipo de chico negro americano se acomoda su pelo afro y me mira con pena desde el otro extremo de la cama porque su hermano aún no ha aparecido.

Ha puesto canciones de reggae de fondo, como siempre, que me hacen bostezar.

—Tranquilo, tú ya has hecho tu labor de sirviente, el inteligente de la familia pronto aparecerá y el Universo estará en equilibrio —contesto y él, que se pica siempre, empuja sus pies contra los míos provocando que por la posición en la que estamos mi espalda se clave con la pared. 

Qué bruto que es, va a acabar partiéndome en dos o rompiendo la pared. Aunque eso no evita que vuelva a reírme de él.

—Esa broma ya no tiene gracia, tía, supéralo.

Desde que con Habib descubrimos que Abdel Alí significaba "sirviente del más alto" y dada la maravillosa casualidad de que él es el niñero de sus sobrinos cuando sus padres no están en casa, que es la mayor parte del tiempo porque se matan a trabajar; no paramos de joderle con el tema. Tampoco es como si a Abdel y a Karîm les hiciera falta muchas razones para enfadarse conmigo, la verdad, yo creo que tengo un don para eso.

—¿Te vas a quedar a dormir? —pregunta cuando ya parece haberse cansado de torturar mi columna vertebral con la pared y yo le miro con una sonrisita mientras se sacude la camiseta de baloncesto en un vano intento de intentar refrescarse.

—Solo porque se oyen gritos en el portal y no voy a arriesgarme —repito su anterior excusa sobre irse por la ventana en forma de burla y él echa la cabeza hacia atrás susurrando un "para qué me esfuerzo".

—No hagáis demasiado ruido al follar.

Con ese comentario Habib se gana una colleja de su tío y que le eche la bronca en su idioma. Aunque por la poca diferencia de edad siempre he considerado a Habib como el tercer hermano.

—Un respeto, niño, que aún te queda para saber de eso —añado yo y Abdel me da la razón indignado.

Magda, la hermana mayor de Karîm y Abdel, tuvo a Habib con 15 años, lo cual fue como un balde de agua fría para la madre de los tres.

Amira, que así se llamaba, murió hace un año por complicaciones tras una vida demasiado dura y dos partos complicados que le fueron dejando secuelas. Se gastó todos los ahorros de ella y su marido para poder montarse en una de las pateras y jugarse la vida en el mar con la única intención de poder darle una vida digna al bebé que era Karîm, la niña que era Magda y embarazada de Abdel. Siempre que Abdel lo recuerda sus ojos brillan con orgullo y yo creo que nunca va a existir una persona que le eche más ovarios a la vida que Amira.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora