12.

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Margot me despierta al día siguiente a las cinco de la tarde para comprobar que sigo viva antes de irse a merendar con el resto. Cuando me pregunta qué tal la noche, tardo al menos diez minutos en intentar recordar algo que contarle, pero lo único que consigo rescatar de la noche es lo que me dijo Milo al final de esta.

—Estáis todos fatal —se queja y solo puedo darle la razón.

¿Por qué siempre tengo que beber tanto? ¿Milo sí que me está vigilando aquí?

En fin, tras otros diez minutos observando el techo cuando Margot ya se ha ido, decido que es hora de hablar con Milo y aclarar todo. Intentaré ser civilizada, puede que fuera un malentendido porque los dos íbamos mal y no sea una rata traidora. Según Margot él sigue en su habitación, así que ahí me dirijo todavía con la ropa de la noche anterior.

La puerta de su habitación está abierta cuando llego, aunque las persianas deben estar bajadas porque se ve muy oscura. Qué desgraciado, seguro que también se debe estar muriendo de la resaca. Sin embargo, a medida que me acerco, lo escucho hablar. No me digas que...

—¿Milo? —me detengo a dos pasos de la puerta. Se calla al escucharme—. ¿Estás ocupado...?

—¿Nayla? —lo escucho reírse y al momento aparece por el marco de la puerta. Va despeinado, con solo un pantalón de chándal y sorprendentemente parece fresco como una rosa para todo lo que bebió anoche. Echa un vistazo rápido a la habitación antes de volver a mirarme—. ¿Querés algo?

Parece que está con alguien, ¿habrá ligado con la chica?

—¿Tú te acuerdas de lo que pasó anoche? —le suelto de golpe porque lo de ir con rodeos nunca me ha gustado. Se oye ruido dentro de la habitación y él me mira con los ojos muy abiertos.

—¿D-de qué hablás?

Seguro que no se acuerda ni del portazo que le di en la cara porque no parece querer huir.

—Cuando me trajiste aquí a tu habitación y... —me voy callando porque parece que alguien va a salir de la habitación. Ojalá sea la chica, así por lo menos me echo unas risa-

Sus ojos grises.

Sus ojos grises se clavan en mí y parece algo alterado.

—¡Te juro no sé qué dice, tomé demasiado! —Milo sí que se ha alterado mucho de repente y está gritándole a Andy, que le mira con el ceño fruncido.

—¿Así que no te acuerdas de lo que me dijiste? 

Me enfrento a la mirada del otro hijo de puta mientras sigo hablando:

—¿Que estás aquí porque El Niño te paga para que vigiles lo que hago y así adivinar lo que tiene El Jefe en mente?

Silencio. Denso.

—Así que es verdad —siento el calor de la rabia apoderarse de mí. Pues no, no fue un malentendido—. Para qué, ¿eh? ¿para arruinar todo el plan y joder a Tabone?

Ninguno de los dos me lo niega. Milo no se digna a mirarnos y el otro cabrón... él no me quita los ojos de encima.

—¿Tan malnacidos sois? —noto cómo se me acelera el corazón. Aprieto los puños. A tomar por culo, sí que quieren joderme—, ¡¿tan hijos de puta sois para atacarme así por la espalda?!

¡¿Ves cómo no puedo confiar nunca en nadie?! ¡Estoy hasta los cojones de que todos crean que pueden pisotearme!

—Nayla, escuchá... —su mano va a agarrar mi sudadera como siempre hace, pero lo aparto de un empujón.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora