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Vuelvo a temblar como un flan ahora que les he contado todo. Creo que voy a vomitar.

—Repítelo, anda, ¡repítelo! ¡un puto secuestro, la hostia! —Los gritos de Gus tampoco me ayudan mucho y apenas alcanzo a verlo cuando me envuelve en sus brazos. Y como Gus no es que esté gordo, pero es la definición de grande, casi me deja sin respiración. Además me sacude con emoción, empeorando mi mareo. 

Por qué he tenido que beber tanto. Otra vez.

Y por qué cojones he confiado en Karîm. Otra vez.

—¡Un secuestro! ¡¿pero tú te has vuelto loca?! ¡eso no tiene ni pies ni cabeza!

Ahora es Zenda quien me sacude y me clava las uñas en los brazos. Entre ella y Hannah me van a dejar sin brazos. Su cara está a pocos centímetros de la mía y está a punto de echarse a llorar. 

—Sé lo que hago...  

—¡No, claro que no lo sabes! Cariño, esto es una locura, ¡y escúchame lo que te voy a decir! —se coloca frente a mí y respira hondo, aunque ninguna de las dos dejamos de temblar—. Sé cuánto deseas meterte en el mundo del fútbol y te aseguro que hay muchas otras maneras de hacer que juegues en un equipo.

—Podrías ponerte a trabajar este verano como hacías otros y después te inscribes en un equipo de verdad —añade Karîm.

—Y a ver si así te centras de una vez en lugar de estar metida en los jueguecitos de ese señor que se cree El padrino —sigue Zendaya y Gus se ríe a mi lado por la comparación que acaba de hacer—. Lo que te ha propuesto es muy peligroso.

—Admite que le ha hecho una oferta que no puede rechazar —bromea el pelirrojo.

—No creo que debas tomarte a broma un asunto como este, no estamos en una película —le echa la bronca Karîm.

Entonces Zendaya vuelve a tomarle el relevo en su discurso interminable y, cuando se le ocurre nombrar pedirle ayuda a mi madrastra para el tema del desahucio, termina con la poca paciencia que me quedaba.

—¡Sabes perfectamente que no voy a decirle una mierda a Amanda! ¡¿en serio creéis que tengo otra elección?! —grito al final. Los enormes ojos de Zendaya se clavan en mí, asustados—. Claro, lo veis todo tan fácil. Esperad, creo que he entrado en razón y voy a llamar a Carlo para decirle que mira, que dejo su plan y que se busque a otra. Seguro que lo entiende.

Gus vuelve a reírse y me felicita por mi sarcasmo, pero a mí no me hace ni puta gracia. 

—¿Perdona? ¡fuiste tú la que corrió a buscarle en cuanto te dio la oportunidad!

 —¡¿Y qué quieres que hiciera?! ¿Te crees que es fácil destacar en el fútbol siendo de Barracas? Y además chica, sí, vamos, ¡me llueven las ofertas! —alzo los brazos y tengo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no lanzarle lo primero que pille—. ¿Y conseguir otro trabajo de verano para que me exploten por ochocientos pavos al mes? ¡con eso no puedo pagar ni la mitad de las deudas! Si me quedo aquí, dormiré en la calle.  

Qué fácil es ser moral cuando no te estás muriendo de hambre.

—¡Ni siquiera eso justifica que participes en un secuestro!

—Tampoco sabía que iba a meterme en algo así, joder. Aún así, es el único que me ayuda.

—Que no me vengas con excusas, ¡sabes mejor que nadie cómo es Carlo Tabone! ¿Te crees que iba a usarte para vender florecitas?

—¡Te voy a meter esas florecitas por el cu-

—¿Por qué no la apoyáis?

Todos nos quedamos en silencio de golpe al oír esa voz que nunca se mete en medio de las peleas. Matías se rasca la nuca con incomodidad al haberse convertido en el centro de atención.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora