17.

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Tras un abrazo grupal con las chicas como despedida al que me han obligado a unirme, Milo se pone a suspirar a mi lado. 

—Ya fue, vuelvo a la vida de pobre —se limpia una lágrima inexistente. A pesar que desde que entró tenía asumido que no iba a llegar lejos, lleva todo el sábado resignado a lo mierda que es la vida—. Al menos no tendré que estudiar más.

—Si no ha usado ni un bolígrafo en todo el mes, capullo.

—¡Rendí todos los exámenes!

—¿No eran obligatorios? —Carlota se une a mis burlas.

—Y lo que habrás sacado de media será un -1, siendo generosa.

—Déjense de romper las bolas —refunfuña y mira al cielo con desesperación—. Obvio reprobé, pero no tienen que reírse de mi sufrimiento.

—Perdón —le doy dos palmaditas en la espalda como hace él siempre conmigo y Carlota me imita en las disculpas riéndose—, si saco algo de pasta de toda esta mierda te prometo que las primeras vacaciones que hagamos serán a Argentina.

Ni puta idea de cómo es Argentina, pero en estos días he aprendido que si es con este personaje no puede ser aburrido. Es una puta rata traidora, pero ha acabado por caerme bien.

—Sos una capa, aunque siempre me maltrates. Cuando salgas de acá haremos alta joda.

—¡Dios, por favor, sí! Es genial estar de fiesta con vosotros.

—¿Aunque también vaya a estar Gus?

—¿Puedes dejar de amargar a todos? —Laia me mira con diversión cuando aparece para abrazar a Milo por detrás, a lo que él le agradece porque alguien por fin le defiende y Carlota me asegura que le da completamente igual mi amigo—. ¿A ti ya vienen a buscarte?

Él asiente distraído, hasta que el argentino parece acordarse de algo porque se pone nervioso. Lo peor es que me está mirando a mí.

—Me acordé que debía decirte algo... No me mates. 

Venga, no me jodas.

—¿Otra pelea el último día? —la castaña se ríe.

—Se las gana a pulso —me defiendo.

—Mejor os dejamos hablar. Hablar, he dicho hablar, ¿entendido? —ante la mirada severa de Laia acabo asintiendo con resignación.

—Habla. —¿Nuestra despedida va a acabar en su entierro? 

—¡No me mirés así, no sabía cómo decirle que no! —chilla hablando a mil por hora—. ¡Sabés que no podés decirle que no a ese loco!

—Escupe lo que sea que tengas que decirme.

Respira hondo y cierra los ojos antes de soltarlo:

—Quien vino a buscarme es Andy. Quiere hablar con vos.

—Ni de coña. —No, no, no. Yo no quiero saber nada más de ese traidor de mierda, menos ahora que el plan de El Jefe va bien. 

Bueno, casi bien, no he visto a Bunge desde que huyó ayer de mi beso. He decidido que es mejor darle su espacio.

Eso y que si lo veo solo querré que la tierra me trague para dejar de sentir vergüenza por el ridículo que hice.

—Ya, obvio, pero no soy yo quién elige, por desgracia este país es libre también para los locos —Milo señala con la cabeza detrás de mí, hacia la puerta de entrada, y cuando me giro veo al innombrable venir hacia nosotros.

La chica del fútbolDonde viven las historias. Descúbrelo ahora