El aire fresco de la mañana que entra por la ventana no evita que me arda la cara por el sol. El ruido de la ciudad se mezcla con el de la gente yendo y viniendo por los pasillos del hospital.
Me siento como cuando sales a la calle después de una tormenta de verano y huele a húmedo y a paz, a después de tormenta. Como cuando vuelves a casa de una fiesta caminando por la calle con el frío de que está amaneciendo y se te está bajando el efecto del alcohol, y tú solo puedes pensar en caerte muerta en la cama.
Como cuando escuchas una explosión que te hiela la sangre, miras hacia arriba y ves la parte de la casa donde estaba tu padre convertida en ceniza. Vas a correr hacia ella, pero Amanda te arrastra lejos y tú lloras y gritas y lloras más y pierdes por completo la cabeza por segundos, minutos, horas, porque te da da igual todo.
Como cuando te enteras que quien hizo eso fue tu mejor amiga, la única real que creías haber tenido hasta entonces, y te sientes tan imbécil que se te vuelve a nublar la mente y vuelves a llorar y gritar y llorar más y pierdes por completo la cabeza por segundos, minutos, horas, porque ya te da igual todo.
Hasta que se te pasa.
Hasta que dejas de tirarte de los pelos, y destrozarte las manos contra el suelo y la garganta con el llanto. Todo se queda en silencio, en la vida tranquila que sigue pasando a tu alrededor dándole igual que hayas visto cómo una explosión volaba a la persona que más querías en pedazos o a Abbie morir y sentir cómo el cuerpo sin vida de Andy te aplastaba.
Al final todo siempre sigue, por mucho que tú sientas que ya ha llegado el final, recordándote que sigues viva.
Tranquilidad, ese olor a después de tormenta, a después de haber perdido la cabeza una vez más.
Estoy viva, quiero seguir estando viva. Por papá, sobre todo por papá. Para ello necesito saber que todo esto se acaba ya, que no van a seguir jodiéndome. Tengo que tumbar a Tabone.
El primer paso para hacerlo es volver allá fuera.
Sus voces se acercan como si estuvieran corriendo hacia aquí, seguramente es lo que están haciendo.
O, lo que es lo mismo que volver al mundo real, sobrevivir a una mañana con mis amigos.
—Nayla.
Zen es la primera en aparecer. La miro y el hecho de que no me grite, sino que solo susurre mi nombre con los ojos llorosos, hace que, por muchas horas que me haya pasado repitiéndome que debo seguir adelante, en unos segundos el sol deje de quemarme y vuelva la tormenta.
—Lo siento tanto, mi vida.
No es tan fácil no hundirse.
Me abraza, llorando, y yo hago lo mismo, repitiéndole que están muertos. Joder, que están muertos.
Muertos.
—Ya está, cariño, ya está —me acaricia el pelo con cuidado hasta que consigo volver a hablar.
—Lo siento —miro a los chicos, parados serios detrás de ella—. Lo siento, lo siento, lo siento. Teníais razón, no me tendría que haber metido en todo esto y entonces ellos ahora no estarían... no estarían... ni siquiera pude ir a su entierro, ¿fuisteis al entierro? Andy siempre estaba solo, pero nadie tendría que estar solo el día de su entierro...
Se me vuelve a romper la voz.
Me despegan del suelo y siento los brazos de Gus a mi alrededor, donde los problemas no pueden entrar.
—No fue tu culpa, nena, a saber qué mierdas se llevaban esos dos entre manos.
—Gus, corta.
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La chica del fútbol
Teen FictionMe llamo Nayla, tengo 17 años, y mi hobby favorito es meterme en problemas. Por algo soy la mano derecha del capo italiano de turno, El Jefe. Él fue quien prometió cumplir mi sueño de dedicarme al fútbol a cambio de un pequeño trabajito. Y yo, por...