Capítulo 32

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Damien


Dasha me contó todo lo que le había pasado en el bosque.

Alek no me había dado un buen presentimiento desde el principio. Las veces que había estado hablando con él habían sido muy raras, ahora me explicaba el porque de su comportamiento defensivo y preguntas demasiado insinuantes. Lo había dejado pasar convenciéndome a mí mismo de que era porque éramos unos extraños y que en su caso yo hubiera actuado igual, pero ¿qué hubiese intentado matarla?

Un escalofrío me había recorrido de los pies a la cabeza al oír aquello, después mi pecho se inundó de rabia. La impotencia de no haber podido hacer nada era lo peor del mundo y en esos momentos era uno de las sensaciones que tenía de lleno.

No podía ni soportar imaginarme a ese cabrón con el cañón de su escopeta en su cabeza y ella asustada en el mismo bosque en el que tanto había sufrido. Las ganas de querer matarlo aparecieron de lleno, respiré varias veces antes de que la idea de buscarlo por toda la casa hasta matarlo a golpes se me pasara por la cabeza.

—No habría necesitado tu ayuda—me dijo—. Tú mismo has visto que me las sé arreglar yo solita.

Tenía razón. Pero aún así una parte de mí quería seguir protegiéndola al verla tan delicada como lo parecía durante aquellas semanas.

Apreté los puños con fuerza, conteniéndome. Como había dicho Dasha, aquello quería decir que fuese lo que fuese en lo que estuviese metido debía ser algo lo bastante chungo como para haberse tenido que comportar de aquella forma.

Ahora sabíamos que lo esencial y más importante era salir de allí, si no queríamos acabar con más muerte a nuestro alrededor.

Había llegado feliz al haber podido contactar con el señor Volkóv de una vez por todas. No había sido mucha la información la que le había podido dar sobre nuestro paradero pero me aseguró que con el nombre del pueblo le serviría.

«¿Cómo está Dasha?».

Había conseguido entender entre tantas interferencias en la red.

Se hizo un silencio.

«Después de todo...Creo que mejor de lo que podría estar».

Después la señal de cortó.

No sabía cuanto tardarían, pero tras todo lo sucedido con Alek era cuestión de tiempo que lo volviera a intentar. 

Tan solo esperaba que llegasen a tiempo...





Habían pasado dos días.

Dasha y yo nos habíamos mantenido a la espera, nerviosos por lo que hubiese podido suceder. Habíamos acordado dormir juntos e intentar separarnos lo menos posible, aunque sabía que Dasha lo hacía por otra razón con más peso...las pesadillas y...Mason.

Deseaba llegar a Moscú para ayudarla porque en aquellas condiciones me era muy difícil y sabía que con la imposición de su padre no se negaría ni haría todo lo que había estado haciendo conmigo de intentar evadir cualquier pregunta.

Para nuestra sorpresa, después de todo lo ocurrido, Alek siquiera se había dignado a aparecer por la casa. Sus padres nos habían dicho que había salido de viaje de ventas a unos pueblos un poco más lejanos y que tardaría en volver. Yo no podía dejar de pensar en que tramaba algo y a Dasha tampoco se la veía muy segura de la respuesta que nos habían dado.

Ella se encontraba en el salón y yo en el jardín delantero cuando vi como unos BMW negros aparecían y se colocaban en la entrada en apenas unos segundos.

En un principio me tensé y me preparé para cualquier cosa, podía haber sido Alek o...No, Mason estaba muerto, no podía ser él.

Después de unos instantes, una figura grande y conocida se bajó del coche dirigiéndose a mí.

Me extendió los brazos con una sonrisa y no dudé en abrazarlo.

—Damien—dijo dándome unas palmaditas en la espalda.

—Nicolay—dije cuando nos separamos, alegre de volver a verlo.

Él y yo habíamos trabajado juntos muchos años atrás, gracias a él y a sus insistencias de que debía dejar el pasado atrás había acabado en aquel negocio. Él era el jefe de los agentes de seguridad del señor Volkóv, él había sido el que me lo había presentado, gracias a él había vuelto a reconstruir mi vida.

—¿Cómo estáis?—preguntó haciendo que su expresión de enseriase. 

—Yo, bien—suspiré—. Dasha...no lo sé, pero está afectada.

Se removió, tensándose.

—¿Melanka?—preguntó subiendo sus ojos algo esperanzados.

Negué con la cabeza.

Sus ojos me miraron con ápice de tristeza, ya había visto esa expresión antes, era una mezcla entre rabia, enfado y tristeza.

—Será mejor que os saquemos de aquí de una vez.

Hizo ademán de entrar pero lo paré poniéndole la mano en el pecho.

Le asentí con la cabeza y rápidamente supo que era mejor que entrase yo.

¿Qué dirían Aliona y Alexander al ver tantos hombres grandes y vestidos de traje entrando en su casa?

Lo último que queríamos antes de irnos era asustarlos, ellos nos habían salvado la vida, nos habían dado un techo y comida...Les estaba más que agradecido. Claro que de Alek mejor ni hablar, estaba claro que sus padres no sabían nada y era mejor que se enterasen por su cuenta, nosotros no teníamos ningún derecho a poner su familia patas arriba, y tampoco sabíamos como reaccionarían ante aquello...

—Dame unos minutos—le dije a Nicolay y entré.

Otra de las razones por las que quería pasar yo solo: quería ser yo quien le diera la noticia. Pocas veces había podido disfrutar de la alegría que transmitían sus ojos y quería volver a hacerlo.

Una melodía inundó mis oídos nada más poner un pie en la casa.

Alguien estaba tocando el piano.

Me adentré con curiosidad por el pasillo hasta llegar al salón, de donde provenía la música.

Dasha estaba de espaldas a mí, sentada en frente del piano. Llevaba un vestido blanco que nunca le había visto ya que durante el tiempo que habíamos estado allí tan solo había llevado camisetas y pantalones que le quedaban enormes.

Su pelo caía como una cascada sobre su espalda y se movía al son del ritmo de la canción que estaba tocando. Unos segundos después comenzó a cantar. Mis oídos quedaron maravillados con lo que estaban oyendo, su tono de voz era dulce y calmado y se movía perfectamente con las teclas del piano.

Inconscientemente, tan solo siendo atraído por lo que mis oídos estaban percibiendo, me acerqué a ella hasta quedar apoyado en la pared. Desde aquella perspectiva pude contemplarla perfectamente, como sus dedos se deslizaban con suavidad sobre el piano, como su boca emitía aquel dulce sonido que parecía adictivo, como sus ojos se centraban solo en eso.

En aquel momento supe que lo que sentía por ella era mucho más que atracción, sabía que me estaba enamorando de ella, sabía que me estaba condenando al infierno al hacerlo y la verdad, me daba igual. Hubiese sido un jodido privilegio arder entre las llamas de su fuego por toda la eternidad.

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