Capítulo 28

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Dasha


Abrí los ojos y de repente un rayo de luz blanca se apoderó de mi campo de visión. La cabeza me daba vueltas y casi no tenía fuerzas con las que poder moverme.

Un momento.

¿Dónde estaba?

Me levanté de un impulso y pronto me di cuenta de que estaba dentro de una habitación cuyas paredes eran verdes y en la que tan solo había una cama y un armario de madera.

¿Qué estaba pasando?

Mason.

Su imagen se me vino a la cabeza y el pánico se apoderó de mí. Divisé la puerta de madera y sin dudarlo dos veces salí directa a ella. Antes de poder dar el segundo paso noté un tirón y un pinchazo en mi brazo izquierdo, después un fuerte dolor se apoderó de él haciéndome soltar quejidos de molestia.

¿Un gotero? ¿Tenía un gotero puesto en el brazo? ¿Qué narices había pasado?

No recordaba nada y por más que intentaba hacer memoria mi mente solo me llevaba al bosque.

La presión se abrió paso por mi pecho y los temblores por mis articulaciones ¿Era posible que Mason me hubiese vuelto a secuestrar? ¿Y Damien? ¿Qué había sido de él? ¿Dónde estaba?

Me armé de valor y abrí la puerta lentamente temiendo porque los guardias que siempre estaban en mi habitación volviesen a estar. Sin embargo, todo era diferente, di un paso adentrándome en el pequeño pasillo de madera que tenía delante, todo estaba completamente en calma aunque mi estado era todo lo contrario al ambiente de aquel lugar.

Con inquietud y alerta comencé a andar por los viejos tablones de madera que aquel lugar tenía como suelo. Un pequeño cuadro se encontraba colgado sobre la pared derecha con una foto, una familia por lo que pude deducir. Un hombre de mediana edad cuyo rostro estaba cubierto por una densa barba morena comenzando a ser cubierta por canas, al igual que su pelo, sostenía una caña de pescar y sonreía junto a una mujer rubia con el rostro marcado por incipientes arrugas. Delante de la pareja había un niño pequeño de unos seis años, su hijo por lo que pude entender. Llevaba una gorra roja puesta y al igual que el señor, era moreno y tenía una sonrisa inocente que hacía que se le marcasen unos pequeños hoyuelos en las mejillas.

La familia se veía muy feliz en la foto, me transmitieron algo de tranquilidad, aunque pronto me volví a dar cuenta de que no sabía donde estaba y que ni siquiera conocía a aquellas personas.

Un ruido me sacó de mis pensamientos haciendo que mi cuerpo se pusiese en completa tensión. Provenía del final del pasillo, supuse que era de la cocina ya que me había parecido oír el choque de varios platos.

Agarré un bastón que se encontraba en la esquina derecha del final y tras varios suspiros me decidí a entrar. Abrí la puerta, muy lentamente, la estancia estaba compuesta por una mesa de madera con varias sillas a su alrededor, una televisión pequeña, un frigorífico y una encimera.

El sonido de los platos volvió a aparecer, lo que hizo que girara mi cabeza en su dirección. Un chico moreno, no muy mayor estaba de espaldas a mí ocasionando aquel estruendo entremezclándolo con el sonido del grifo.

No supe que hacer, me quedé congelada hasta que Mason volvió a aparecer en mi mente y el miedo me invadió. Apreté el bastón que tenía entre mis manos con fuerza y haciéndome con todas las energía que podía sacar me acerqué a él, pasé el bastón por encima de su cabeza hasta llegar a su cuello y lo atraje hasta mí aprontándolo contra mi cuerpo.

Un plato se resbaló de sus manos, cayendo al suelo y rompiéndose en pedazos minúsculos. Después, él comenzó a sacudirse con energía entre mis brazos sin éxito alguno porque estaba apretando con todas mis fuerzas para que no consiguiese escapar.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora