Capítulo 13

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Damien

Recordé las palabras del señor Volkóv.

«Protégela con tu vida».

Era mi trabajo, debía hacerlo, aparte, esa chica me estaba comenzando a importar, ya no como compañera de trabajo, sino, como algo más. Ni siquiera podía imaginármela sufriendo, tenía claro que ella había sacado lo que tanto me había costado guardar con apenas gestos que tan solo habían sido efímeros, y en parte era peligroso, porque no sabía si podría soportar otra flecha que rompiera todos los pedazos que durante tanto tiempo me había costado volver a juntar, por eso había tomado una decisión: mi vida antes que la suya.

Cuando las puertas de la furgoneta se abrieron mi instinto actuó por mí, me puse delante de ella para protegerla, si querían hacerle algo antes tenían que pasar por mí y no se los iba a poner fácil.

Aquella situación me recordó a una en concreto en Afganistán cuando todavía estaba en la Spetsnaz y mi vida apenas había comenzado a derrumbarse.

—¡Salid fuera!—gritó uno de los encapuchados, al menos había ocho personas y todas apuntándonos con armas.

No me moví, le dediqué una mirada a Mason que parecía estar muy relajado y expectante. Todo quedó en silencio, la tensión que había en ese momento era igual de gruesa que un muro que nos dividía a ambos bandos.

—Damien—oí a Dasha detrás de mí—. Voy a sacar mi pistola, cuando lo haga te apartas y sacas la tuya, le apuntaré a Mason.—Me lo dijo en un susurro casi inaudible, por lo que nadie parecía haberse enterado.

Ella hizo la cuenta.

—Tres.—Me aparté de un giro cogiendo mi pistola y ella salió con el arma directa a Mason. Fue tan rápido que para cuando les dio tiempo a reaccionar Dasha ya tenía la pistola pegada en la sien de Mason y yo los apuntaba a ellos con la mía.

—¡Qué cojones estáis haciendo!—gritó el que parecía llevar la voz cantante—. ¡Un movimiento más y disparo!

—No lo creo—dijo Dasha imponente. Me encantaba verla así, como cogía el control de la situación con su sutileza e ingenio—. Si disparáis, lo último que harán mis dedos será apretar el gatillo.

Apretó con más fuerza su arma contra Mason que por un momento había parecido entrar en pánico.

—¡Soltad las armas!—les grité.

Ellos dudaron pero tras mirar a Mason, este asintió y ellos lo hicieron muy lentamente.

Dasha me dedicó una mirada que pude leer perfectamente «¿Ahora qué?».

—¡Alejaos!—Les costó hacer lo que les dije pero tras unos segundos comenzaron a retroceder despacio.

—Quédate aquí, voy a salir.—Mi plan era llegar a la parte del conductor y retomar el control, ella debía quedarse dentro y con suerte podríamos salir de allí. Cogí las únicas cuatro esposas que había en la furgoneta y bajé.

—De rodillas.

No podía bajar y dejarlos sueltos porque cogerían sus armas así que los iba a esposar en cadena.

No se movieron.

Miré al que daba las órdenes, me contuve  y lo volví a repetir.

—¡No! ¡Nadie se mueve!—dijo él.

—Está bien.—Me quité la chaqueta y la tiré al suelo—. ¿Queréis jugar? Juguemos.

Le metí un puñetazo al que era la voz cantante y cayó al suelo, levanté mi pistola y les disparé a dos más en el abdomen, no tenía intención de matarlos porque sabía que llevaban chaleco, el impacto de la bala los dejaría dolidos como para quedar fuera de combate.

Los otros cinco se acercaron a mí, uno de ellos intentó darme un puñetazo pero lo paré agarrándolo del antebrazo y lo giré tirándolo al suelo. Otro se me escapó y fue directo a donde estaban los rifles que habían tirado, oí como lo cargaba y me apuntaba por la espalda mientras que peleaba con otros dos.

—¡Quieto!—me gritó.

Después oí un golpe seco y el impacto de un cuerpo contra el suelo.

Dasha.

—Te dije que te quedarás ahí—le dije totalmente serio y mosqueado, aunque nunca aceptaría en voz alta que me gustaba que me llevara la contraria, que a pesar de lo que le dijera siempre hacía lo que ella quería. Estaba acostumbrado a que la gente cumpliera mis órdenes, mis soldados nunca me recriminaban y siempre me obedecían directamente, sin pretextos ni rencores. Eso en ella me gustaba, pero solo en ella, aunque me pusiera de los nervios.

Se había quitado la larga falda que llevaba y sus piernas habían quedado al descubierto con unos pantalones cortos que apenas dejaban lugar a la imaginación. No pude evitar recorrerla detenidamente, estaba deslumbrante. Ya me había costado mantener los ojos quietos cuando llegó al vestíbulo del hotel de la mano de su padre, pero ahora, con sus esbeltas y relucientes piernas al descubierto era casi imposible no admirarla.

—No cumplo tus órdenes—dijo mientras tiraba al suelo a uno de los pocos que quedaban. Gruñí con molestia.

Antes de poder decir algo dos furgonetas negras más aparecieron de la nada y nos rodearon. Ambos cogimos los rifles que quedaban en el suelo. Muchos encapuchados más se bajaron con prisa y nos rodearon apuntándonos con sus armas, solamente éramos dos con un arma en cada mano contra al menos una docena de personas armadas.

Nos miramos.

—¡Tirad las armas!—gritó uno de ellos.

Cuando sus ojos miel me asintieron con complicidad todo pasó muy rápido.

Me giré y agaché. Ella se subió en mi espalda de un impulso de manera que nuestras espaldas quedaron juntas. Comencé a girar y ella a disparar a todos los que nos rodeaban, todo se convirtió en una mezcla de gritos y el estruendo de las balas.
Después de unos segundos la bajé y ambos quedamos de pie, nuestras espaldas seguían pegadas y empezamos a girar con las armas apuntando hacia todos lados para comprobar la situación.

Casi todos estaban tirados en el suelo excepto algunos que todavía se mantenían de pie y nos seguían apuntando.

Un sonido. El impacto de un bote y después el gas escapando de él.

—Mierda—dije tensándome más.

—Dispara—me dijo Dasha. No podíamos salir porque todavía había personas rodeándonos.

—¡Ya!

Después de que ella gritara el humo se apoderó de nuestro campo de visión y disparamos casi a puntos ciegos.

Sentí como desaparecía su contacto y se caía al suelo.

—¡Dasha!—grité desesperado y me agaché.

Lo último que vi fueron esos ojos tan bonitos que se me habían quedado clavados en el corazón.

Lo último que vi fueron esos ojos tan bonitos que se me habían quedado clavados en el corazón

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