Capítulo 49

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Mason

11 meses antes.

No podía sacármela de la cabeza. Su cuerpo embutido en aquella lencería de cuero, sus ojos, sus labios, su deleitable voz, su carácter e intelecto.

Me habían advertido de ella, de la Rusalka Roja, de como te hipnotizaba para sacar lo que quería... La curiosidad por comprobar si era verdad era una de las razones por las que había organizado todo aquello de la reunión para que me vendiera los misiles, pero había una razón con más peso: la de vengarme de Ivan Volkóv por haberme arrebatado mi ruta.

Y, aunque hubiese conseguido salir ilesa, la intención de matarla ya no estaba en mi mente. Quería tenerla para mí, poseerla y disfrutar de algo que toda Rusia ansiaba y mientras tanto, con aquello, estaría torturando a Ivan. No había peor castigo que aquello, que arrebatarle su gallina de los huevos de oro.

Tocaron la puerta de la habitación.

—¡Ya he dicho que no quiero que se me moleste!

Smith apareció tras ella ignorando lo que acababa de decir.

—Señor.

—Espero que sea importante.

—Hay una mujer que no deja de insistir en querer verle, dice que es importante.

—¿Quién es?

—Se hace llamar Adelaida Romanova.

Dejé la copa de whisky en la mesa y me pasé la mano por la barbilla.

—Que la cacheen afondo y que entre.

Mi primera experiencia con una rusa no había sido buena, no quería tentar la misma suerte que con Dasha Volkóva.

Unos minutos después una mujer morena, que vestía un vestido negro, pasó por la puerta seguida de dos de mis guardaespaldas. 

No se la veía muy mayor, quizás rondando los cuarenta años y aún así diría que se conservaba bien, había algo en su mirada que te atraía.

Me levanté del sofá y tras acomodarme la chaqueta me acerqué a ella.

—¿Qué es eso que...—comencé diciendo pero me cortó.

—Tengo una propuesta para ti.

La miré con curiosidad.

—Y ¿qué ibas a tener tú que me interesara?

—Venganza.

Interesante.

Esbozó una sonrisa maliciosa a la que correspondí.

La invité a sentarse y tras volver al sofá cruzó sus piernas pasando los ojos por la habitación.

¿Quién cojones era aquella señora?

—Tú y yo tenemos los mismos deseos—dijo—, vengarnos de la familia Volkóv.

Apoyé mi espalda en el respaldo del mueble y estiré mis brazos, escuchándola con interés.

—A ambos nos han arrebatado algo, piensan que pueden salirse con la suya. Si unimos nuestras fuerzas podemos acabar con ellos.

Me froté la barbilla.

—Supongo que tú sabrás lo que me han hecho, pero ¿y tú? ¿Qué es lo que te han hecho para que tu sed de venganza sea tan grande?

Se pasó la lengua por los labios y tras cambiar las piernas, volviéndolas, a cruzar habló.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora