DashaDamien, yo y seis agentes de seguridad más partimos a las cinco de la tarde.
Creo que despedirme de Irina fue una de las cosas que más me costó, sobre todo ante su negativa de no querer dejarme marchar, pero no había otra opción posible. Y sí, aunque me costase darle la razón a mi padre, Mason seguro que estaba planeando algo y con mi estancia en Moscú le sería demasiado fácil cumplirlo.
No quise despedirme de mi progenitor, cuando él se acercó a mí en el aeropuerto con mirada de consecuencia en la cara di media vuelta y me subí al avión sin volver a tocarlo, sin siquiera mirar atrás. No pensaba resolver las cosas de esa manera, en el mismo momento en el que había aceptado partir a esa estúpida isla mi cerebro había comenzado a trazar los hilos de un nuevo plan, mi plan.
Para llegar a Tristán de de Acuña tuvimos que coger un avión directo a Ciudad del Cabo, en Sudáfrica. Después coger un barco y navegar durante seis días por mareas y vientos que parecían preparados para hacer que el océano nos engullese.
Pero al fin, tras más de una semana de viaje, llegamos.
Tristán de Acuña era la isla habitada más remota de la tierra, situada en el Atlántico Sur. Se encontraba dentro de un archipiélago formado por tres islas, de las cuales solo la principal era habitada. Apenas tenía población, tan solo 260 habitantes, entre los cuales solo había ocho apellidos. Su principal fuente de ingresos era una pequeña industria de langostas y unos sellos británicos únicos de la isla por los que los coleccionistas pagaban grandes cantidades de dinero.
Tan solo tenían contacto con el mundo exterior cada vez que los barcos, procedentes de Sudáfrica, llegaban con nuevos suministros.
Nuestra llegada fue el mayor suceso interesante que habían tenido en años. Para poder vivir allí se necesitaba un permiso firmado por todos sus habitantes, claramente mi padre se había saltado aquello y les había pagado muy bien para que nos permitiesen la entrada aún siendo unos desconocidos.
Un cartel en el que ponía "Bienvenidos a Tristán de Acuña" nos recibió junto con el fuerte olor a mar y un viento áspero que removía las olas con demasiada brusquedad. Todo el pueblo quedó expectante cuando pusimos un pie dentro de su hogar, algunos observaban con ojos curiosos y otros se atrevían a saludarnos, aunque con mucho cuidado.
Durante la semana que estuvimos viajando pagué mi rabia y coraje con Damien, no me quise acercar ni a él ni a ninguno de los guardaespaldas que mi padre había mandado.
Sabía que todo aquello se había hecho por mi bien, pero necesitaba enfadarme con alguien, no podía pretender que todo estaba bien y que llegaba allí feliz, porque no lo estaba.
Nos alojamos en una de las casas de madera que se estilaban en aquel lugar. El techo era de un color rojo chillón y la fachada de un blanco que se había vuelto grisáceo por el tiempo y la falta de cuidado. Su interior era sencillo, tan solo decorado con los simples muebles que una persona necesita para vivir.
La casa estaría vigilada las veinticuatro horas por los agentes de seguridad, pero ni siquiera notaría su presencia. El único que iba a vivir conmigo dentro de aquellas paredes era Damien. Se había ganado una gran confianza con mi padre tras seguir ahí después de todo lo ocurrido, tras ofrecerse él mismo para acompañarme...No había podido evitar pensar en las palabras que me había dicho en la terraza del hotel y cada vez que lo hacía, y cada vez que lo mirada un pequeño pinchazo me agitaba el corazón sin saber porque.
Estaba claro que nos atraíamos de manera irracional y que—aunque sabíamos que era algo que teníamos prohibido por mi padre, que irremediablemente era el jefe del negocio—hacía que nos buscásemos sin siquiera quererlo.
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La Rusalka Roja
AcciónMi nombre es Dasha, Dasha Vólkova aunque todos me conocen como la Rusalka roja. En Rusia una rusalka es una ninfa de doble existencia, acuática y forestal, que cuando ve a un hombre lo hechiza con su dulce voz y lo lleva al fondo del lago hasta ahog...