Capítulo 41

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Dasha

Era luna llena. La oscuridad había nublado por completo a Tristán de Acuña. Estaba demasiado nerviosa así que decidí salir a correr.

La persona a la que había llamado me había cogido el teléfono y aunque durante nuestra conversación hubo alguna que otra interferencia nos pudimos entender bien. Lo único era que tenía que volver a llamarle para que me comunicara si había decidido ayudarme con el plan que le había propuesto, y cruzaba los dedos para que así fuera.

Corrí por las callejuelas del pueblo con la intención de salir a los acantilados que caracterizaban la isla.

Cuando estaba pasando por la última casa alguien salió de ella y se abalanzó sobre mí, derribándome sobre la hierva que comenzaba uno de los acantilados. El corazón comenzó a latirme demasiado fuerte, me habían pillado completamente desprevenida y las luces de las casas ya se iban apagando, así que solo podía ver con la luz de la luna.

Nunca debes confiarte, siempre hay que estar alerta.

Me recriminé a mí misma el haber comenzado a hacer aquella estúpidez. Era la primera vez durante mucho tiempo en la que me comenzaba a sentir segura y aquello había dado paso a la comodidad, que era algo que no podía permitirme.

Se colocó por encima mío aprisionando mis muñecas y cuando vi de quien se trataba una parte de mí se relajó dando paso a la rabia.

—¡¿Qué coño te pasa, Damien?!

En sus ojos no había ni un apice de diversión, apretaba su mándibula haciendo que se le marcase más de lo normal, sus cejas estaban fruncidas formando pequeñas arrugas y su rostro era tenuemente iluminado por la luz de la luna, haciendo que sus ojos se vieran completamente negros. Me miraba serio, con una expresión neutral y algo hastíada.

¿Me había descubierto?

—Dime que hacías cada día cuando te ibas a la cabina de teléfono—exigió saber en ese tono frío que tenía desde que le había conocido.

Me había descubierto.

Katherine le debía de haber dicho lo de la llamada y teniendo en cuenta que estaba vigilada por los agentes de seguridad las veinticuatro horas del día no debía de sorprenderme que hubiera sacado conclusiones.

Su mirada fija comenzó a incomodarme, tanto que me vi obligada a hacer un movimiento con mi pierna para que perdiera el equilibrio. Me solté de su agarre y me esacabullí de debajo de su cuerpo.

Ambos quedamos de pie, observándonos como si estuvieramos a punto de comenzar una pelea.

Fruncí el entrecejo.

Hice lo propio y respondí igual.

—No es de tu incumbencia, estaba intentando contactar con mi padre.

Damien soltó una carcajada seca que en nada denotaba risa.

Los dos habíamos comenzado a andar en circulos sigilosamente, con cuidado por si el otro se atrevía a atacar.

—Ambos sabemos que ahora mismo la última persona con la que quieres hablar es con tu padre. El perdón hacia el rencor no es algo que te caracterice, Dasha.

Apreté mis puños. Una sensación de rabia se apoderó de mi pecho.

Nos quedamos en silencio, la tensión era tan grande que podía cortarse con un cuchillo. Ahora lo único que se escuchaba era el sonido del mar golpeando contra las rocas del acantilado y el ligero viento que se había comenzado a levantar.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora