Capítulo 15

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Dasha

No sé cuanto tiempo pasé allí, quizás una noche o una tarde, en aquella habitación el tiempo pasaba y era imposible saberlo. Tras horas intentando desatarme o desaflojar mis ataduras sin éxito alguno decidí rendirme, era imposible salir de esa cama y lo peor de todo era que cada vez que me movía el mecanismo de mis esposas me apretaba más las muñecas y los tobillos dejándomelos completamente rojos y doloridos.

¿Qué podía hacer? Estaba completamente inmovilizada, solo podía esperar a que alguien entrase para aprovechar el más mínimo detalle y poder salir de allí. 

Cuando estás secuestrada lo único que piensas es en salir, en poder escapar sin tener que hacerle frente a tu secuestrador, deseando que la puerta abra y que aparezca alguien para rescatarte evitando que te hagan daño, yo no pensaba así. Al contrario que cualquier persona en mi misma situación en ese momento yo no tenía miedo, gracias al entrenamiento de años ese sentimiento casi no había pasado por mi cuerpo y lo más parecido que sentía era la adrenalina de la valentía. Sí, había tenido miedo en el teatro o al menos creo que esa era la sensación, pero ese miedo tan solo había sido por lo que le hubiera podido pasar a mi madre, no por mí. Deseaba que la puerta se abriera, poder salir de allí y rescatarla.

Por suerte—cuando lo pensé en ese momento—la puerta se abrió. La persona a la que esperaba ver no apareció, sin embargo, un hombre de cabello castaño, gafas de pasta negra, vestido con una bata blanca de médico y expresión relajada se presentó delante de mí.

—Soy Mijaíl.—Dejó un maletín negro en el suelo y cuando se acercó a los pies de la cama me removí incómoda—. No voy a hacerte daño, si colaboras—dijo con un tono demasiado frío para la expresión de amabilidad que llevaba en el rostro, amabilidad fingida, claro.

No contesté. Después de que se me quedara mirando durante unos segundos que se me hicieron eternos se agachó y tras abrir el maletín comenzó a sacar varios botes de cristal cuyo contenido eran líquidos de diferentes colores, en el momento que sacó una jeringuilla supe cuales eran sus intenciones.

—¿Qué es eso?—pregunté para intentar establecer una conversación.

Colocó la jeringuilla sobre uno de los botes y comenzó a extraer el líquido con ella.

—Digamos que un sedante—dijo al terminar—. Estás un poco alterada.

Me miró por encima de las gafas y se comenzó a acercar a mí con paso lento.

—¿Dónde piensas inyectármelo?—pregunté tranquila, si comenzaba a moverme y a poner resistencia lo único que conseguiría serían unos cuantos golpes y más cantidad de la droga que estaba apunto de inyectarme.

—En el brazo.

—¿Voy a quedar inconsciente?

—No. Como ya te he dicho sólo te relajará.

—Si quieres inyectármela tienes que soltarme, ese tipo de droga solo funciona con un solo pinchazo. Te puedo ayudar, sé como encontrarme las venas, a los médicos les cuesta mucho.

Me miró con desconfianza y sin decir nada comenzó a buscarme las venas en el antebrazo. Intento fallido.

—Te lo he dicho.

—¿Quién me dice a mí que cuando te suelte no escaparás.?

—Venga ya. ¿En serio crees que tengo pensado escapar? Es una acción suicida. Además sólo tienes que soltarme una mano, estoy lo suficientemente atada para no poder hacer nada, apenas puedo moverme.—Me siguió mirando serio pero cuando vi algo de duda en sus ojos me sirvió como motivación para seguir.—Y en caso de que consiguiese escapar. ¿Dónde iría? Me cogerían antes de salir al pasillo.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora