Capítulo 7

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Dasha

Caí rodando sobre el pequeño paradero que había en aquel camino. Me quedé tumbada en el suelo, los brazos y las piernas me dolían horrores y pequeñas piedrecitas se habían clavado en mi piel. Temí en que al levantarme Damien no estuviera, pero todos esos pensamientos y sensaciones desaparecieron cuando sentí su mano en mi espalda.

—Dasha—me dijo con voz cuidadosa—. Tenemos que salir de aquí.

Sentí alivio al ver que él había podido confiar en mí y que ambos estábamos vivos. Me levanté con pequeños quejidos de dolor al notar como las piernas me escocían.

—Debemos escondernos—dije al mirarlo. No podíamos seguir allí porque éramos un blanco muy fácil, Damien asintió. Su cara tenía pequeñas heridas por la frente y los pómulos, pero apenas sangraban, su ropa estaba sucia y sus pantalones rotos.

Un pequeño escozor se apoderó de mí labio inferior después de hablar, me pasé la mano y cuando vi mis dedos, estos estaban manchados de sangre. La herida de la pierna me dolía, no quería ni mirarla porque si había empeorado se significa que la próxima negociación tenía que ser cancelada.

Los dos atravesamos la carretera y nos metimos en el bosque. Tras andar unos minutos asegurándonos de que estábamos lo suficientemente lejos páramos a descansar. Me apoyé en un árbol soltando un suspiro de alivio, tras mirar hacia todos lados Damien pareció relajarse un poco y se acercó a mí.

—¿Cómo estás?—Fue la primera vez que se dirigió a mí con un tono menos brusco con el que solía hacerlo, claro que ni siquiera se acercaba a ser dulce.

—Bien—dije cortante, no quería que se acercase a mí porque si lo hacía temía que mi cuerpo respondiera como siempre hacía cuando estaba con él y en aquella situación era lo último que debía suceder.

Inconscientemente hice una mueca de dolor al mover la pierna de la herida.

—Déjame ver tu pierna.

—No hace falta...

Se agachó y se me quedó mirando. Joder con esos ojos marrones mirándome fijamente era imposible concentrarse en no besarlo.

Mis pantalones vaqueros apenas se habían roto, así que si me quería ver la herida no sé cómo pensaba hacerlo.

—Quítate los pantalones—dijo mirando mis piernas.

—¿Qué?

Mi pulso se aceleró al sentir su mirada sobre mi cuerpo.

—Si te voy a revisar la herida tienes que quitártelos.

—No pienso quedarme en ropa interior.

Hacía mucho frío y dejar mis piernas al aire no me hacía ninguna gracia, por otro lado estaba el factor de que él pondría sus manos sobre mi piel desnuda y de aquello no podía salir nada bueno.

—Es solo un momento—dijo levantando su mirada—. Si la herida se ha abierto es mala señal, te puedes desangrar y si eso pasa te tienen que dar puntos urgentemente.

Maldije por lo bajo y me levanté.

—Date la vuelta.

Tenerlo mirando incluso cuando me quitaba los pantalones era demasiado. Puso los ojos en blanco y se giró. Me quité los pantalones con cuidado, mis piernas estaban llenas de moratones y con alguna que otra herida.

—Ya está.

Se dio la vuelta y después de detenerse un pequeño segundo a recorrerme de arriba a abajo me indicó que apoyara la espalda en el árbol.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora