Capítulo 6

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Dasha

Eran las cinco de la tarde. Me puse unos vaqueros negros, una camisa blanca de la cual metí la parte delantera entre el pantalón y unas botas negras, cogí mi abrigo y salí al garaje donde Damien me esperaba. Llevaba puestos unos simples vaqueros y una sudadera, lo cual me chocó porque siempre lo había visto con traje, aún así estaba igual de guapo e incluso se veía más joven. No sabía que edad tenía, quizás unos veintisiete años.

Los dos nos dedicamos unas miradas serias, saqué las llaves de mi Bugatti negro y me dirigí a la puerta del conductor.

—Conduzco yo—dijo poniendo su mano en la puerta para impedir que entrara.

—De eso nada—dije haciendo fuerza para abrir.

—Órdenes de tu padre.

—Me importan una mierda las órdenes que te haya dado mi padre, es mi coche y yo lo conduzco.—Aquello ya sobrepasaba el límite ¿Qué no pudiera ni conducir mi propio coche?

Damien siguió sin poder dejarme pasar.

—Mira Damien, que te esté dejando venir ya es mucho, así que voy a conducir mi coche independientemente de que mi padre te haya dado unas órdenes estúpidas.

Lo de mi madre era una cosa muy privada para mí y que él viniera me hacía sentir muy incómoda.

—Ni hablar—dijo sin moverse.

—Muy bien, entonces no voy.

Me separé del coche y comencé a andar hacia la puerta para entrar a casa. Lo escuché maldecir entre dientes y después de cerrar la puerta del coche se acercó a mí antes de que pudiera entrar.

—Dasha.

Me puso una mano en el hombro, entonces yo aproveché para cogérsela y de una llave lo tiré al suelo, después salí corriendo hacia mi coche. Me metí en él, puse el seguro para que no pudiera entrar y le di al botón de la llave del garaje para que la puerta se abriera.

—¡Dasha!—Se levantó y llegó a mi ventanilla—. ¡Joder, Dasha, abre la puta puerta!

Su rostro estaba furioso, pequeños mechones rubios se le habían despeinado cayendo hacia delante mientras aporreaba la puerta de mi coche. Cuando las puertas del garaje se abrieron del todo encendí el motor y antes de apretar el acelerador le saqué el dedo como despedida.
Salí a la carretera eufórica, no sabía porque, pero el haberme enfrentado a él y haberlo ganado me había puesto a cien y eso que había estado en situaciones peores, pero ver su cara de fastidio era todo lo que necesitaba.

Conduje lo más rápido posible temiendo por que él hubiera cogido otro coche y me alcanzara. En una de las curvas un pitido me alarmó, miré por el retrovisor para ver a otro coche demasiado pegado a mí, era él, conduciendo el Ferrari de mi padre.

—¡Mierda!—Aceleré aún más y él hizo lo mismo.

El hospital de mi madre estaba a las afueras de Moscú, a unos treinta minutos de casa, me conocía el camino perfectamente, había pasado por allí miles de veces desde que era una niña, así que esperé el momento perfecto para poder despistarlo.

Nos comenzamos a meter entre las montañas, el hospital estaba construido en un valle arropado por montañas gigantes que en esa época estaban repletas de nieve y hielo. Llegué al cruce en el que tenía pensado despistarlo. Al principio me metí en la dirección equivocada y cuando vi que él también lo había hecho giré rápido y bruscamente metiéndome en la otra dirección antes de pasar el cruce. Él sin embargo siguió en la dirección en la que un principio me había metido sin poder girar como yo lo había hecho y por fin pude perderlo de vista.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora