Capítulo 16

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Dasha


—Deberías comenzar a respetarme.—Me volvió a golpear el estómago, me removí con fuerza y dolor entre los dos hombres que me sujetaban de los brazos, tosí intentando recuperar el aire que parecía haberse ido por completo de mis pulmones.

Levanté la cabeza para mirarlo de la forma más fría que jamás había hecho, sus ojos estaban oscurecidos, helados, sin ningún tipo de sentimiento, porque él no tenía sentimientos, lo había podido comprobar desde el primer momento en el que fui consciente de que me había secuestrado.

Me tenía encerrada en esa habitación blanca, congelada. Me hacía cosas distintas según el día, según lo que se le antojara, a veces me dejaba sin cama y tenía que dormir días enteros tirada en el suelo y desnuda. Otras veces llegaba de buen humor y se sentaba a hablar, me amenazaba, me decía que si no me portaba bien jamás me dejaría salir, que mi madre ya estaba muerta, que iría a por mi hermana y le haría cosas horribles, que la tenía controlada. Me enseñaba grabaciones suyas en el instituto, en la calle, en cualquier lugar al que fuese.

Las torturas a las que me sometía se habían convertido en rutina, ya no sabía cuanto tiempo llevaba allí, si mi padre me estaba intentando sacar o si habían negociado, porque cada vez que se lo preguntaba me repetía lo mismo.

«Saldrás cuando yo quiera, si es que quiero». 

Después me daba tantos golpes que para cuando quería darme cuenta despertaba inconsciente sobre mi cama con vendas en el cuerpo y casi sin poder moverme.

Intentaba seguirle la corriente por mi propio bien porque se había encargado atentamente en dejarme completamente débil para que cuando se acercase a mí no pudiese hacerle nada. A veces me hartaba y lo golpeaba, pero entonces era peor. 

No le había suplicado, a pesar de todo me mantenía fuerte y eso era lo que le motivaba a seguir, quería verme rendida, tirada a sus pies y rogándole, pero no quería darle ese placer, a veces el orgullo puede más.

—Los dos sois igual de estúpidos.—Se limpió mi sangre de su mano con una toalla—. Seguís resistiéndoos, seguís retándome, pero lo único que hacéis es cavar vuestra tumba poco a poco.

Ya no hacía falta que nadie me sujetase, estaba tirada en el suelo en ropa interior con un charco de sangre a mi alrededor, mi sangre. Cada día la esperanza de que me rescataran desaparecía, a veces pensaba que nunca vendrían, que mi padre había abandonado y que algún día Mason me mataría. Sobre todo resistía mentalmente porque físicamente era imposible y parecía divertirle, parecía divertido. Cada vez que le llevaba la contraria una sonrisa aparecía en su rostro y los golpes volvían, pero siempre con esa sonrisa, esa maldita sonrisa que detestaba.

—Tengo una sorpresa para ti.—Tiró la toalla al suelo y se acercó a mí poniéndose de cuclillas, sus frías manos me cogieron de la barbilla obligándome a mirarlo—. Ponte guapa.

Otra vez la sonrisa, mi interior ardía, mis venas ardían y la sangre bombeada cada vez con más fuerza.

—Me das asco.—Le escupí y la sangre que tenía gracias a sus golpes quedó en su rostro.

Cerró los ojos con rabia y se limpió la cara de un manotazo.

Me agarró del cuello estrangulándome con fuerza.

—¿Cuándo vas a aprender?—Jadeé intentando coger aire, no era la primera vez que sus manos agarraban mi cuello—. ¿No te das cuenta que retándome lo único que haces es alargar esto, alargar tu sufrimiento?

Apretó los dientes con fuerza y después me soltó, el aire volvió a entrar a mis pulmones quemando mi interior a su paso, apenas me afectó, ya estaba acostumbrada a esa sensación.

La Rusalka RojaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora