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A media noche me presenté en la casa completamente alcoholizado y tirando varios objetos al suelo. Apenas me mantenía en pie por tanto alcohol y siendo Paul fue a intentar ayudarme. Le dí un manotazo brusco, cynthia había sacado la peor parte de mí. Si tan sólo pudiera mantener su hocico cerrado yo no tendría que venir a sí a la casa. Hubiera venido con una actitud mejor y sonriente pero tenía que ponerse a la defensiva este día.
Ligeramente lo quité del caminó por qué sentí unas náuseas gigantes de vomitar. Y cuándo lo iba hacer termine vomitando en la mesa y en dónde ví unas cuantas velas. ¡Oh, no! Lo había olvidado pero hoy se cumplía nuestro tercer aniversario y lo olvide por culpa de cynthia. Otra por la cuál culparla. Mi marido no se enojó por el desastre sí no que tan gentil me guió hasta el sillón café de la sala.
— ¿Estás bien? —. Preguntó — ¡Oh, John! Me asusté de que te hubiera pasado algo — Acarició mi espalda.
Me sentí culpable de verlo tan vulnerable por mi salud. Debía gritarme y maldecirme pero no. No lo hacía y en su lugar me tenía lastima. Lástima por ser un esposo de mierda y que había olvidado nuestro aniversario. No lo merecía. Vivía en la miseria por mi culpa incapaz de mantenerlo en su forma de vida que estaba acostumbrado. Mí suegra tenía razón al decirme que lo haría infeliz. Paul debía haberle hecho caso y tendría una vida de riqueza y no una de pobreza.
Lloré por la vida que le doy y por ser un patán infiel.
— No me enoje por lo que hiciste se que eres excelente esposo y te amo.
Hipee entre lágrimas. — No. No lo soy.
Paul negó.
—. Si, lo eres. Yo te amo y tú a mí.
—. No te merezco bombón.
—. Sí lo haces, Johnny.
Lo abracé y dejé que los demonios de mi conciencia durmieran en un letargo rato. Engañarlo y aprovecharme de sus nobles sentimientos no fue lo peor. Lo peor sería que algún día se enterará por otra persona y me dejara. No viviría sin él. No, no podía hacerlo. Así sería hasta que la muerte nos separé y el día en que nos casamos lo juré.
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