Capitulo 9

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— ¡DOS DÍAS EN LA CÁRCEL! — grité pegandole a los barrotes de la celda

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— ¡DOS DÍAS EN LA CÁRCEL! — grité pegandole a los barrotes de la celda.

  Celda en la que debía esperar. Esperar a que pagarán mi fianza y ni sabía sí mi marido vendría por mí. Fui malo, pero ERA SU RESPONSABILIDAD. Su marido. Ahora tenía un revoltijo de pensamientos. ¿Por que no le dijo eso al policía? ¿Acaso no soy buen marido? Arg, Lo detesto. Aunque ahora que lo pienso debo ponerle una correa en su cuello. Correa que no pudiera desatar. ¿Pero cómo? Ni sexo habíamos tenido con los recientes problemas. ESO ERA EL SEXO.

  Paul McCartney conocería lo que pasa cuando provoca a John Lennon. ¿Quería un marido ejemplar? ¿Quería que fuera dulce? Okey. Debió pensarlo antes de dejarme en este cuchitril y a mi suerte. Cynthia tenía razón, su deber era estar aquí conmigo cuidando de mi bienestar. ¿Que hizo? Irse, sin importarle si comía o dormía. Pero John Lennon no estaría TODO EL DÍA AQUÍ ya vería que hacer para salir y en cuanto pusiera un pie fuera le haría saber quién soy.

Me senté en la cama vacía y agradecí no tener compañía en la celda.

  — Oye basura tienes visita — dijo el policía que me encerro.

  De solo ver sus estúpidas cejas gruesas y esos ojos me hacían querer estrangularlo. Ya lo vería sin su uniforme y sin la autoridad de encarcelarme. A fuera a dónde no tenía poder. De recordar cómo abrazo en su delgado cuerpo a MI MARIDO me hacía rabiar. ¿Policía? Sí, claro. Leí su nombre identificado en la placa posterior de su uniforme.

  — George Harrison — Leí en voz alta y dándole una sonrisa triunfante.

  — ¿Perdón? Señor Lennon — Agudizo su oído.

  Pagaría caro. Lo haria, pero primero sería mi hermosísimo maridito. O quizás el había venido. Si debía ser digo soy su esposo. NO SU AMIGO, SU ESPOSO. Y este flaco no se entrometeria para separarme de él. Paul y John hasta la muerte.

Alargue el cuello para ver a mi visita.

  — ¡JOHN! — alegre se apresuro a correr hacía la celda.

  A penas lo tuvo lo besé. Lo besé en presencia del ese tal George Harrison que apartó su vista. ¿Dolió? Me alegro, porque Paul era mío MÍO. Dí larga al beso y se volvió agresivo. Me ajuste entre los barrotes y al cuerpo de mi esposo. Puse mis manos en sus caderas voluptuosas y ejercí presión. Ligera para no espantarlo. Otra vez.

  — ¿Cómo estás? —. Me preguntó mirando mis heridas.

  —. Me duele — exageré. — Este policía no dejo que vinieran a revisar mis cortadas. ¿Puedes creerlo?

  Paul se giró hasta estar a la altura del policía y le grito.

  — ¡ABRE LA CELDA! — señaló.

   A regañadientes y asustado por grito obedeció.

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