Prólogo

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Era blanca y muy fría, se hacía líquido cuando la tocaba con las manos. La reconocí como nieve, había mucha dónde vivía, pero nunca había visto tanta cantidad junta. Mis pies quedaban ocultos en el manto blanco y no los sentía debido a la baja temperatura.

Estaba tiritando pero no quería moverme del lugar porque estaba demasiado perdida como para hacerlo. A pesar de la blancura del suelo no veía nada a mi alrededor, solo una oscuridad terrible, como si una nube negra se tragara todo. Algo iba mal. Las Luces de la ciudad jamás se apagaban.

¿Adónde podía ir? ¿Para qué dirección caminar? Tenía los miembros entumecidos y el viento me metía el pelo en los ojos. Estaba asustada. Me rodeaba lo desconocido y mi instinto gritaba que me quedara quieta, que alguien vendría en mi busca. Después de todo, los jóvenes éramos el futuro de la sociedad. Jamás dejarían a alguien fuera del muro, a merced total de la oscuridad para que los monstruos hicieran de las suyas. No era tan pretenciosa, pero tenia que admitir que alguien como yo no desaparecía de improvisto y la dejaban a su suerte. Alguien tenía que venir a buscarme. Seguramente ya estaban moviendo cielo y tierra para enfrentarse a toda esta oscuridad y venir a mi rescate.

¿Cómo había llegado hasta allí? Por mi misma lo dudaba, con este frio no podía moverme mucho a pie y desde donde estaba parada ni siquiera divisaba el reflejo de las Luces en el cielo. Entonces, tendría que estar muy lejos de Moscú.

Me di la vuelta cuando me pareció escuchar un suave murmullo, como un cuerpo moviéndose, arrastrando algo sobre la nieve. Un gruñido leve se oyó más cerca, a mis espaldas. Volví a girarme muerta de miedo y mis ojos distinguieron un vaho entre la oscuridad, saliendo de una boca que respiraba agitadamente. Solo podía ver la silueta de una cabeza, grande y peluda, con unos ojos verdes enormes que me miraban fijamente, esperando a que hiciera el más mínimo movimiento.

La sangre pareció escaparse de todo mi cuerpo. Si antes estaba paralizada ahora me había convertido en una estatua. Era indescriptible la sensación de terror que sentía, porque sabía que iba a morir allí mismo. Las bestias se encargarían de mi cadáver y la tormenta se llevaría consigo las huellas de sangre que pudiesen quedar. Todas las historias que me contaban de pequeña sobre lo que habitaba del otro lado del muro me saltaban a la cabeza. No eran simples leyendas para asustarnos y respetar las leyes, eran hechos reales. Historias que también estudiamos, hechos que nuestros padres se dejaban la vida para reparar.

Si hubiese podido correr tampoco lo hubiese hecho, no tenía ninguna oportunidad. Los ojos no pestañearon pero se elevaron el doble de su altura mientras su silueta cambió de forma hasta llegar a medir una cabeza y media por encima de la mía. Y con un rugido animal que podría helar hasta el mismo infierno, saltó hacia mi cara.

 Y con un rugido animal que podría helar hasta el mismo infierno, saltó hacia mi cara

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MÚROM #1 [Completa ✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora