Capítulo 7

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Me desperté por el sonido de un animal, o creo que era un animal, cerca de donde estaba mi cabeza. Lo primero que sentí antes de abrir los ojos fue el dolor punzante en mis músculos al haber dormido en el suelo, y una cosa enorme y caliente estaba casi encima de mi cuerpo.

Abrí los ojos con mucha dificultad, sabiendo de antemano que el chico mutante estaría despierto, todavía abrazado a mí. Normalmente me costaba muchísimo despertarme, Evia hacia todo el trabajo por mí y disfrutaba caminando media dormida hasta el baño. Pero esta vez tenía que lidiar con todos los recuerdos que me saltaron a la mente sobre la noche anterior. Y con todo este dolor en mis músculos, me resultaba muy difícil no despertarme de mal humor.

La cueva de piedra estaba muy fría por la mañana, lo pude notar por la escarcha que se formaba en las rocas, y a pesar de que entraba una buena claridad desde afuera, no era suficiente para iluminar todos los rincones.

El chico mutante se alejó de mí en cuanto moví un dedo, poniéndose de pie y refregándose el cuello con una mueca. No tenía idea si había estado toda la noche despierto vigilándome o si había logrado dormir algo.

Me senté sobre la manta amarilla sin saber que decir, aunque tenía la garganta tan seca que dudaba que pudiese decir algo.

El mutante se dirigió a la entrada de la cueva y lo vi desaparecer en la claridad del día, bajando por la pendiente. No sabía si se suponía que tenía que seguirlo o no, o si pensaba abandonarme allí en la cueva.

Pero no tuve tiempo de martirizarme mucho ya que regresó a los dos minutos, con su cabello negro siempre revuelto y sus extraordinarias pupilas retraídas, traía en su mano la lata que yo había comido su contenido la noche anterior.

Se acercó y se arrodilló a mi lado dándome la lata ahora llena de agua.

–Bébetela toda –me ordenó, para variar.

–Gracias –murmuré con la voz ronca.

La lata estaba helada y su contenido aún más. Debía de ser nieve recién descongelada, pero al tener tanta sed me la bebí de todas formas.

–Tenemos que darnos prisa –comentó mientras agarraba la manta debajo mío y le daba un tirón para sacármela y guardarla en la mochila que seguramente le dieron los rebeldes.

Tranquilamente podría haberme pedido que me levantara, así que intenté poner mi mayor cara de desagrado mientras dejaba la lata en el suelo y me levantaba lentamente.

Tenía el cabello negro todo enredado, con el peinado ya completamente desarmado. Necesitaba urgentemente un cepillo, lavarme los dientes y un baño.

–¿No vamos a desayunar? –pregunté mientras hacía el esfuerzo de seguirlo hacia fuera de la cueva. Mis piernas no querían hacer nada más que descansar.

–Vas a desayunar en el camino –contestó secamente mientras se me adelantaba varios metros.

Este chico era imposible.

Cuando salí de la cueva me recibió un paisaje completamente diferente al de la noche anterior. El día estaba nublado, pero la claridad del sol se filtraba lo suficiente para derretir la nieve de las hojas de los árboles y darle un brillo plateado al manto que cubría el suelo.

El ambiente estaba bastante frío, pero no insoportable, y por suerte no había viento que me cortara la cara. Intenté divisar mi ciudad a lo lejos, pero apenas veía un reflejo extraño de luces blancas en el horizonte. Me sorprendí por lo tranquila que me sentía, ya no estaba asustada y no tenía ganas de intentar escaparme para regresar a la ciudad. ¿Cuánto tiempo había soñado con estar del otro lado del muro, en el mundo salvaje? ¿Qué se supone que debería hacer?

MÚROM #1 [Completa ✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora