Capítulo 4

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Bajé las escaleras perfectamente arreglada, agarré el violín que había dejado tirado a un costado de la entrada y esperé como una estatua a mi padre.

Luego de unos minutos escuché cómo salía de su despacho y se dirigía hacia donde yo estaba. Mi padre, Kozlov Rodien, era un hombre alto, con el cabello rubio y los ojos oscuros como el carbón, serio, con la mandíbula dura y las manos siempre en puños.

Mi cuerpo se tensó de inmediato en cuanto apareció a la vista. Despreciaba como me hacía sentir.

–Veronika–me saludó en cuanto me vió, inspeccionando mi vestimenta meticulosamente.

–Padre–le asentí con la cabeza.

Él ya estaba vestido con su uniforme verde oscuro, característico del Consejo, y su perfecto peinado hacia atrás.

–¿Estuviste practicando como te dije? –me preguntó rudamente, observando el estuche de mi violín.

–Si, padre, me quedé hasta tarde en el instituto.

Agarró sus guantes oscuros de la mesa y se los coloco lentamente. Odiaba su ropa, odiaba su peinado y sus guantes ridículos, odiaba su forma de ser, y odiaba que fuese mi padre.

–No espero menos que la perfección Veronika, no quiero que me avergüences –me dijo bruscamente antes de salir por la puerta.

Ni siquiera se detuvo a preguntarme si estaba bien después del ataque de los mutantes, si había salido herida o donde me había ocultado. No era más que un adorno para él.

Suspiré y lo seguí de cerca, aguantando las ganas de rechinar los dientes. Nos subimos al vehículo plateado que nos esperaba frente a la casa para llevarnos a la gran reunión.

Me senté lo más lejos posible de mi padre, observando el movimiento de personas que había por todas partes. Los robots ya estaban en servicio para las víctimas, así que se encargaban de regresar a los perdidos de vuelta a sus casas y de llevar a los heridos a los institutos de medicina. Por suerte no atravesamos ninguna zona cerca del muro, donde seguramente estarían sacando cadáveres.

Nos acercamos rápidamente al centro de la ciudad, donde los rascacielos brillaban en blanco y plateado y nos detuvimos frente al edificio del Consejo. Tenía forma de aguja y se elevaba hasta lo más alto en el cielo, justo en el medio de Moscú, donde en la cima brillaba un pico de luz que podía verse desde mi habitación.

Había gente vestida de gala entrando por las puertas de vidrio y robots de seguridad dispuestos en fila en los costados de la entrada, con sus armas al hombro. El automóvil se detuvo lentamente sobre la vereda, mi padre por supuesto bajo primero y me ordenó que lo siguiera detrás de él.

El frío de la noche nos golpeó rudamente hasta que atravesamos las gigantes puertas de vidrio que se deslizaron lentamente cuando nos acercamos. Adentro el aire estaba templado y el piso brillaba blanco.

Atravesamos la recepción hasta los ascensores, que nos llevaron rápidamente hasta al último piso del rascacielos, donde nos esperaba una amplia habitación con pisos blancos y el techo verde oscuro, con el escudo del Consejo. Las paredes eran de vidrio con una pequeña banda de luces que las atravesaba justo por la mitad.

Había muchas personas allí adentro, reconocí los uniformes de los miembros del Consejo, y algunas mujeres de blanco, unas adolescentes que vestían colores claros como amarillo y rosado, y las criadas con sus trajes grises característicos sirviendo aperitivos a los invitados.

Mi padre se adelantó enseguida, saludando a sus compañeros de trabajo quienes le presentaban a sus esposas. Como siempre yo me quedé a su derecha hasta que él me presentaba y me ordenaba rudamente que les especificara a sus amigos mis calificaciones.

MÚROM #1 [Completa ✅]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora